Domingo XV. T.O, C: Dar prueba de compasión es amar como Dios ama…

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Y Jesús le respondió: ¿Qué está escrito en la Ley? Él respondió: “Amarás al Señor tu
Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con todo tu espíritu, y a tu prójimo como a ti mismo” (Lc 10, 27). Y, ¿quién es mi prójimo? Jesús recurre a una parábola para recordar que cuando de amor se trata es cuestión de vivencia y de obras…
En efecto, la Ley de Dios es una ley de amor que se cumple con amor y desde el amor al modo de Dios de amor. Es un amor universal, es decir sin límite, pero comprometido con una realidad particular y concreta. Dios ha hecho un pacto de amor con nosotros.
Este pacto lo ha sellado plenamente con la sangre de Cristo, “por medio de quien fueron creadas todas las cosas…es imagen de Dios” (Colosenses 1, 16).
El evangelio de hoy (Lc 10, 25-37) presenta a Jesús conversando con un doctor de la Ley acerca del mandamiento de amor que incluye a todos. Resulta que amar a Dios y amar como Él significa no frenarse en hacer el bien. Es conmoverse con lo que afecta al otro, lo que disminuye u opaca la dignidad de todo ser humano. Es ser como ese buen samaritano que “vio y se conmovió de la persona herida” (Lc 10, 33). –
Esta parábola del buen samaritano nos recuerda que no hay nada que impide ser sensible al dolor ajeno. Este samaritano (extranjero) fue el único que se puso en el lugar del hombre mal herido en el camino, mientras que el sacerdote compatriota del caído al igual que el levita no hizo nada. Pasaron de largo, con la excusa se no mancharse con sangre ajena. Quizá, después rezarían por el hombre asaltado. Les faltó algo tan importante como dejarse tocar por lo que le pasa al otro, ofrecer una ayuda al que sufre.
Esta Palabra nos desafía, nos cuestiona y nos llama a la conversión. Somos creyentes
católicos y cumplimos normas y ritos. Rezamos harto y alabamos a Dios. Amamos a Dios y sabemos que debemos amar a nuestro prójimo. Incluso ya sabemos quién es nuestro prójimo. Pero, ¿cuál es nuestro compromiso real con las demás personas?
¿Qué debemos hacer para entrar en la vida eterna? ¿Qué más podemos hacer para vivir efectivamente según el amor de Dios en nuestro trato con los que nos caen mal, los que piensan distinto? ¿Qué podemos hacer para que en nuestras ciudades no haya más víctimas de hambre, de discriminación, de las drogas, de la indiferencia, del odio, de la injusticia?
El amor a Dios y al prójimo no es sólo una teoría. Es compromiso concreto y real para
con los demás. Si amamos a Dios que no vemos, es preciso atenderlo por medio de nuestros hermanos (as) que vemos a lo largo de nuestro camino de la vida. Nos dice Jesús: “Todo lo que hicieron con unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicieron” (Mt 25,40).
Jesucristo nos ha enseñado este camino: Vivió haciendo el bien, murió entregándose por todos. En él, todos somos salvados. Se conmovió con el dolor, con todo el sufrimiento que aquejaba a los hombres y mujeres de su tiempo. En Él, no existió preferencia excluyente. Mostró compasión con todos. Acogió a todos los necesitados, sanó todo tipo de enfermedades. Hoy, antes tantos caídos, excluidos por el sistema codicioso nos llama a “tener compasión”, con nuestros hermanos migrantes, con nuestros vecinos, en fin, con todos sin distinción de color político, ni de clase social…

P. Bolivar Paluku Lukenzano, aa