Inmaculada Concepción de la Virgen María

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La inmaculada concepción es un dogma, es decir una verdad de fe de la Iglesia Católica. Fue proclamada por el Papa Pio IX el 8 de diciembre del 1854 afirmando que: «… la bienaventurada Virgen María fue preservada inmune de toda la mancha de pecado original en el primer instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Jesucristo Salvador del género humano (Pío IX, Bula Ineffabilis Deus: DS, 2803).

Quiere decir que: “Para ser la Madre del Salvador, María fue “dotada por Dios con dones a la medida de una misión tan importante” (LG 56). El ángel Gabriel en el momento de la anunciación la saluda como “llena de gracia” (Lc 1, 28). En efecto, para poder dar el asentimiento libre de su fe al anuncio de su vocación era preciso que ella estuviese totalmente conducida por la gracia de Dios”. (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 490).

La Inmaculada Concepción de María indica que “El Padre la ha “bendecido […] con toda clase de bendiciones espirituales, en los cielos, en Cristo” (Ef 1, 3) más que a ninguna otra persona creada. Él la ha “elegido en él antes de la creación del mundo para ser santa e inmaculada en su presencia, en el amor” (cf. Ef 1, 4). (cf. Catecismo de la Iglesia Católica 492).

Es decir que la Madre de Dios es “la Toda Santa” porque ha sido “inmune de toda mancha de pecado”(LG 56). Por la gracia de Dios, María ha permanecido pura de todo pecado personal a lo largo de toda su vida. (Catecismo de la Iglesia Católica n.493)

La fiesta de la Inmaculada Concepción (8 de diciembre), conocida también como fiesta de la Purísima nos ayuda a contemplar a María como la llena de gracia. Porque por ella, Dios entra en comunión con nosotros. Significa que Dios, por medio de María, confía tanto en la humanidad, de tal modo que es capaz de preservarla del pecado y de toda mancha que daña la dignidad humana. La Santísima Virgen María preservada del pecado recibió, con gran fe, en su persona al Salvador de todos nosotros. “María inmaculada es alabanza de la gloria de Dios”. Es signo que, por la gracia de Dios y por nuestra disposición a acoger a la buena Noticia, tenemos la capacidad de llevar dentro de nosotros a Jesucristo quien es el Amor de Dios que se hace humano. Sólo así llegaremos a ser limpios de todos pecados y podremos ser portadores incansables de la salvación de Dios en nuestro entorno.

La liturgia de la Palabra en la Inmaculada Concepción nos ofrece como primera lectura el libro del Génesis (3,9-15,20) que nos presenta la desobediencia de Adán y Eva en un ejemplo de una vida humana que quiere vivir sin Dios y que termina en un fracaso, en la desnudez, en el sinsentido. Cuando Adán y Eva quisieron vivir sin Dios, les surgió la desgracia y el vacío. Lo cual nos indica que el afán de vivir sin obedecer a nadie es un peligro. Peor aun cuando todo se torna en una huida de la responsabilidad propia frente a lo cometido (no fui yo, fue la mujer o la serpiente). ¡Qué falta de compromiso con los propios actos!

Felizmente, Dios sabe perdonar. Por eso, en la Santísima Virgen María, quiere restablecer la armonía y la comunión perdida por el ser humano. Dios decide redimir, salvar a la humanidad. La Madre de Jesús representa la humanidad redimida. Ella representa a todos los que luchamos en este mundo contra el poder del mal, contra la corrupción de la injusticia, de la violencia y de la dominación.

La segunda lectura de la carta a los Efesios nos ratifica que Dios nos ha elegido para vivir en la unión con su Hijo Jesucristo y con los demás. Entre todos los creados, María tiene la dicha de haber sido escogida para cooperar con nuestra Salvación. Ella nos muestra que por la fe es posible entrar en la grandeza del misterio de Dios y, por ende, es posible para cada uno de los creyentes, reflejar esta bondad de Dios. Con María seremos capaces de derramar el amor de Dios en todos los sitios en que nos movemos.

El evangelio de Lucas 1, 26-38 nos indica el dialogo de la Virgen María con el ángel. Después de manifestar su consternación ante el saludo del Ángel Gabriel: “Alégrate llena de gracia, el Señor está contigo.” (Lc 1, 28). Solo después María dijo: “Yo soy la servidora del Señor, hágase en mí según tu palabra” (Lc 1, 38). Con esto, la santísima Virgen nos enseña lo importante que es tener fe en el Dios de la vida. Su respuesta al anuncio del Ángel Gabriel aceptando el cumplimiento de la Voluntad del Padre celestial es un ejemplo de quien entiende que es Dios quien cumple su obra en nosotros. Es él quien toma la iniciativa de salvarnos y se la arregla para que todo ocurra según su voluntad de restaurar y de hacerse presente en nuestra vida y en nuestro mundo.

Honrar a María en su Inmaculada Concepción es considerar “la mirada de predilección de Dios hacia ella, que al elegirla como madre de su Hijo la preparó con su gracia como morada digna” (Victor Manuel Fernandez, El evangelio de cada día. Santoral: Inmaculada Concepción). En la Virgen María contemplamos hoy, la disponibilidad y la entrega. Es un modo de reconocer que sin Dios nuestra vida cae en ruina. Pero que, con Él, hasta lo que parece imposible a nuestros ojos es realizable. Bienaventurada es María porque creyó que era posible que Dios se sirviera de ella aún sin que haya conocido ningún hombre… ¡Qué paso importante, “no” !: del ¿cómo será eso? al = “He aquí la servidora del Señor, hágase en mí según tu palabra” (Lc 1,38).

Que la celebración de la concepción inmaculada de María nos motive a abrir nuestro corazón a la ternura de Dios, a su bondad que se manifiesta en la humildad y en la sencillez de la vida cotidiana. Que sepamos colaborar con su plan de salvación como lo supo hacer María Santísima. ¡Que vivamos agradecidos de Dios que nos bendice día tras día de tantos bienes y que realiza continuamente muchas maravillas en nuestra vida!

P. Bolivar Paluku Lukenzano, aa.