Bautismo de Señor JESUCRISTO, A

1991

En este domingo,  contemplamos a Nuestro Señor Jesucristo se sumerge en  las aguas del Jordán para santificar el bautismo de Juan el bautista. 

El texto de Isaías (42, 1-4.6-7)  en la primera lectura nos introduce a lo que significa la fiesta que hoy celebramos: anuncia ya al Señor  como “el servidor, el elegido, sobre quien está el espíritu de Dios”. Es el Mesías cuya misión es la de exponer el derecho con fidelidad,  de llamar a la justicia, de llevar la luz a las naciones; para resolver problemas concretos: abrir los ojos a los ciegos, liberar a los cautivos,  e iluminar a los que habitan en las tinieblas.  

Coincidentemente, el evangelio, nos recuerda  que en Jesús se cumplen estos anuncios del profeta Isaías. En efecto, Jesús es el Mesías quien, en su vida terrenal y sin dejar de ser de parte de Dios, se pone al mismo rango de los discípulos de Juan  Bautista dejándose sumergir en el agua por él… Ni Juan Bautista ni ningún de los presentes podía entender cómo el mismísimo Señor pudiera hacerse bautizar por un hombre. Juan se admira porque sabe bien  que su misión de bautizar él ha recibido de Dios. Por eso no le entra en la cabeza que ese mismo Dios pida pasar por su bautismo. Claro que, Jesús-el-Dios-que se-hace-hombre-para-elevarnos hacia Padre celestial,  sabía que al abajarse Él, nos dejaba la enseñanza de abajarnos para ser elevado por Dios y para Dios. 

 A la vez Jesús manifiesta su sencillez y con  ello nos deja claro que la sencillez es el camino de los bautizados en  su nombre. Al mismo tiempo, Jesús nos revela que no está solo en su obra de salvarnos de las tinieblas del miedo y del error. En  esta misión de liberarnos, de sanarnos participan Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo. Por eso que el evangelio enfatiza que  la voz de su Padre se hace sentir: “Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección” (Mt3, 17) y el Espíritu Santo desciende sobre él: “Se abrieron  los cielos y se vio al Espíritu de Dios descender como una paloma y dirigirse hacia él” (ibíd.). 

Jesús es el camino que nos lleva al Padre-Dios. Jesús es el Hijo predilecto de Dios, en  Él, nosotros somos hijos(as) amadísimos(as) de Dios. En él nacemos del agua y del Espíritu. Al celebrar hoy su bautismo, meditemos sobre nuestro propio bautismo que es ese baño de renovación  y nuevo nacimiento en Jesucristo y vínculo de pertenencia a la Iglesia – familia de Dios -. Y preguntémonos si estamos viviendo consecuente y coherentemente, según la vida divina que llevamos en  nosotros desde nuestro bautismo. 

¡Que vivamos con dignidad y coherencia nuestra condición de hijos de Dios que  hemos recibido de nuestra configuración con Jesucristo desde el bautismo!

 

P. Bolivar Paluku Lukenzano, aa.