Domingo XV-A:¡Seamos esa tierra fértil donde Jesús siembra su amor y daremos fruto abundante!

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Meditamos sobre la fuerza eficaz de la semilla de la palabra de Dios en nuestra vida.

La primera lectura  Isaías (55, 10-11) nos dice que la Palabra de Dios tiene fuerza y es potente.  Ella transforma e interpela la vida de todos los que en Dios confían: “Así como la lluvia y la nieve descienden del cielo y no vuelven  sin haber empapado la tierra,  sin haberla fecundado y hecho germinar,… así sucede con la palabra que sale de la boca de Dios,  ella no vuelve a él sin haber transformado los corazones que se dejan interpelar por ella,…” (cf. Is 55, 10-11). Esta Palabra de Dios se hizo carne y habitó en  medio de nosotros (cf.Jn1) para salvarnos.

El evangelista Mateo 13,1-23, en la parábola del Sembrador, nos presenta a Jesús -“Palabra eterna del Padre-Dios”- que ha venido a esparcir la semilla de la palabra del Reino de Dios en  los corazones. Dicha palabra de Dios tiene diferentes resultados según la predisposición de quien la recibe. A las personas que la recibe con disponibilidad.  Ella produce fruto de salvación, da vida eterna y santifica a quienes la reciben con las mejores disposiciones de su corazón. La palabra de Dios recibida con  fervor, “en  buena tierra”(Mt 13,8), en  corazón  dispuesto” produce fruto abundante.

Escuchar la Palabra de Dios implica estar dispuesto a dejar que ella penetre en  lo más profundo de nuestra vida. Es decir,  dejarse tocar por el sentido salvador de la Palabra del Reino de Dios. Más que leer la Palabra nosotros es “dejarnos leer por ella”. Porque Dios nos ha dado su palabra para nuestra salvación: “el que recibe la palabra en tierra fértil  es aquel que la escucha y la comprende” (Mt 13, 23), la escucha con el corazón.  Para comprender la palabra, hemos de aceptar libremente la asistencia del Espíritu de Dios, permitir que Él inspire en  nosotros los buenos deseos y las disposiciones favorables. 

Analicemos qué lugar damos a la palabra de Dios en nuestro diario andar y  preguntémonos: ¿Me dejo interpelar por la palabra de Dios revelada en la Sagrada Escritura? ¿Qué disposiciones están en mi mente cuando escucho o leo la Palabra de Dios? ¿Pongo toda mi atención a la lectura del evangelio? O,  ¿me dejo llevar por otras preocupaciones que no me dejan  profundizar en la palabra de Dios? ¿Esta Palabra de Dios ilumina mis compromisos de cada día? ¿Qué consecuencias concretas tiene el hecho que yo tenga algún momento de beber de la fuente espiritual de la Palabra de la salvación? ¿Busco luz en la Palabra de Dios antes de tomar una decisión importante?

En todo momento de la vida, es  preciso buscar refugio en  la palabra de Dios. Tanto en el gozo como en la aflicción, encontraremos consuelo, conformidad y regocijo en Dios por medio de su Palabra.  Porque “nosotros que poseemos las primicias del Espíritu,  gemimos interiormente anhelando la plena realización de nuestra filiación  adoptiva, la redención  de nuestro cuerpo” (Rom 8, 22-23). 

¡Que el Señor, nos dé un corazón dispuesto a escuchar su palabra ¡Que nuestra vida sea como una huerta  fértil donde la semilla de la Palabra crezca, alumbre y fortalezca nuestras decisiones y nuestras acciones! 

¡Señor Jesucristo, que mi corazón sea una tierra fértil donde germine tu palabra y produzca fruto abundante de bondad, de lealtad, sinceridad, generosidad, reconciliación, concordia, de solidaridad  con  mis semejantes y con  el medio ambiente! Amén

P. Bolivar Paluku, aa.