Homilia Domingo XXIII, A, 2017: Nuestra “única deuda con los demás sea la del amor mutuo”

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En  este domingo, la liturgia de la Palabra nos pone frente al modo de proceder para vivir la corrección  fraterna. Cómo mejorar la calidad y calidez de nuestra fraternidad en la comunidad.  Jesús es consciente que puede haber conflictos, equivocaciones en  la comunidad de los que creyentes. Por eso, propone una manera adecuada para resolver y ayudarse a crecer, en fin a  recobrar la confianza y la reconciliación. Todo eso ha de ser realizado por amor, con  amor y en  un  clima de amor con el ánimo de ayudar salvar la vida de la otra persona: “La única deuda con  los demás sea la del amor mutuo: él que ama al prójimo ya cumplió toda la ley (…) El amor no hace mal al prójimo.” (Rom 13,  8.10).

Ayudar y corregir a la persona que se equivoca es un  deber y un derecho porque nos sentimos unidos a él por el amor de Cristo. Así es que, por amor al hermano, a la hermana,  le advierto que el camino que ha elegido no es el correcto.

El profeta Ezequiel en  la primera lectura va aún más lejos al afirmar: “Si tú, en  cambio adviertes al malvado para que se convierta de su mala conducta, y él no se convierta de su mala conducta, él morirá por su culpa, pero tu habrás salvado tu vida” (Ez,  9).  O sea,  al reprender a la persona con una corrección fraterna hago un favor: a la vez a al hermano y a la comunidad, a la familia. ¿Cómo hacer para proceder en  la corrección fraterna?

El evangelista Mateo 18, 15-20, nos da la pauta: “Si tu hermano peca contra ti…habla con él”.  1. Ir (acercarse) y corregir en privado, 2. Si hace falta, buscar dos o tres personas más, como testigos (con delicadeza y respecto).- 3. Y, Si no escucha, hablar con la familia o con la comunidad,… 4. Y, sino, dejar que Dios haga con  Él lo que quiera.

Puede uno preguntarse: ¿Por qué tanta vuelta para corregir alguien en vez de encararlo? Porque al amor y la caridad nos exigen a entablar relaciones sanas, tratarnos con respeto y misericordia en respuesta a la bondad con la que Dios nos trata. Ya que es en su nombre que nos reunimos. Y Él es quien  fortalece nuestros pasos y Él mismo nos ha asegurado en estos términos: “… les aseguro que si dos de ustedes se unen  en la tierra para pedir algo,  mi Padre que está en el cielo se lo concederá. Porque donde hay dos o tres reunidos en mi nombre, yo estoy presente en  medio de ellos” (Mt 18, 20). La corrección  resulta ser una muestra de amor y no un desquite. Un gesto de humildad y un reconocimiento de las propias limitaciones. Corregir al hermano es signo de la puesta en práctica de la caridad fraterna.  Ya que nuestra comunidad (cristiana, educativa, nacional…) debe ser un  lugar de conversión y de perdón.

Finalmente,  de la misma manera que los profetas exhortan con insistencia llamando a la conversión, los discípulos de JESÚS estamos llamados a corregirnos, a interpelarnos mutuamente, no para humillar al otro,  más bien  para rescatarlo y recupéralo para Dios
(Bolivar Paluku Lukenzano,aa)

“Señor, ayúdame a tomar en serio la vida de mi hermano, a no desentenderme cuando se hunde en el mal y arruina su vida. Dame el amor necesario y la palabra justa para poder ayudarlo, pero ayúdame a hacerlo con humildad, reconociendo mi propia miseria” (Víctor Manuel Fernández).