Este fin de semana es consagrada a las misiones, es decir a orar y pensar en la tarea común a los cristianos de anunciar el evangelio, y particularmente de todos los que, por tal motivo van a tierras lejanas para dar a conocer a Jesucristo.-
La liturgia de la Palabra invita a centrar nuestra mirada sobre la primacía de Dios y nuestra fe en Él como posibilidad de dar rumbo distinto a nuestras decisiones. En la primera lectura, el profeta Isaías muestra que el Señor Dios, por su amor, ha entablado una amistad con nosotros. Nos ha llamado para que caminemos junto a Él.
Es así que al dirigirse Ciro, un rey pagano, el Señor afirma: “Por amor a Jacob, mi servidor, y a Israel, mi elegido yo te llamé por tu nombre, te di un título insigne, sin que me conocieras. Yo soy el Señor y no hay otro, no hay ningún Dios fuera de mí” (Is 45, 1. 4-6). ¿Qué nos dice Dios con esto? Que Él nos llama por nuestro nombre ante que lo conociéramos y que Él es nuestro único Dios. Por medio de aquel rey, Dios guio su pueblo, lo condujo hacia la libertad. Incluso sin que nos diéramos cuenta, el Señor se preocupa de cada uno de nuestros pasos. ¡Claro que vale la pena confiar en Él, ya que Él no cesa de manifestarnos su bondad! En Cristo, ese Dios bueno y bondadoso se ha revelado y se hecho semejante a nosotros para seguir actuando misteriosamente en nuestra historia. ¿Qué más nos queda? Corresponder al amor de Dios con nuestra acción de gracias es lo que se nos pide vivir.
Por eso, el salmo nos invita a “cantar un canto nuevo a nuestro Dios, que las naciones anuncien su gloria porque el Señor es grande y muy digno de alabanza (cf. Salmo 95). En efecto, alabar a Dios es un deber y un derecho de todo creyente. Darle gracias es abrirse a mayores bendiciones, porque un corazón agradecido es bendecido.
No solo debemos dar gracias a Dios, debemos orientar nuestros más profundos anhelos hacia Él. Siendo fieles a las leyes y a los ordenamientos de nuestras sociedades, hemos de procurar dar a Dios lo que le pertenece, eso es rendirle honor al dueño de todo, al que con cariño nos levanta. Es dejar a Dios ser Dios para que venga su reino y para que se cumpla su voluntad. Pero, nuestro honor a Dios nos ayuda a la vez a ser caritativo con los demás con quienes compartimos el destino de construir un mundo mejor: de allí que hemos de “darle al Cesar lo que es del Cesar, a Dios lo que es de Dios” (Mt 22, 21). Sin mezclar la fe con los asuntos terrenales, esta fe puede iluminar nuestros compromisos y acciones de este mundo. Es decir que, en virtud de nuestra fe, podemos llevar mejor nuestros compromisos mundanos.- ¿Cuánta gente en este mundo se dicen creyentes y parece no importarle tanto que el Cesar le quite la primacía a Dios y a los más humildes de sus hermanos(as)?
San Pablo en la segunda lectura del día, nos exhorta a saludarnos con palabras de paz. Escribiendo a los tesalonicenses, Pablo alaba el compromiso con el cual ellos se han puesto a vivir y a manifestar su fe: “…tenemos presente ante Dios nuestro Padre, cómo ustedes han manifestado su fe con obras, su amor con fatigas, y su esperanza en nuestro Señor Jesucristo con una firme constancia” (cf.1Tes 1, 1-5). Dios nos ayude a anunciar su amor en todo lo que hagamos, digamos, decidamos o proyectemos. ¡Así sea!
Padre Bolivar Paluku aa .