Domingo XXX, A

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Amar a Dios en los hermanos y amar a los hermanos porque me conducen a Dios.
La liturgia la palabra de este domingo 30 A del tiempo ordinario centra nuestra atención sobre el amor como fundamento de nuestra fe.
La ley de Dios se resume en amar. ¿A quien amar? De modo que esta palabra está tan manoseada que se puede no sentir su significado. Pero amar es sentir desde las entrañas y urgirse a actuar. Es buscar ser justo porque no serlo hace mal y causa daño.
De allí que amar es querer vivir desde Dios, el único justo y el que nos ama entrañablemente.
Amamos a Dios porque nos ha creado con amor y conserva desde su mismo amor. Más aun porque nos espera siempre para que vivamos y gustemos su cariño en los pequeños detalles de cada día. Tal es así que a este mismo Dios que tanto nos ama, buscamos agradar y servir. No solo eso. Queremos día a día reflejar esa misma bondad que él ha sembrado en nosotros. ¿cómo? En las actitudes, acciones, obras, palabras y pensamientos.
He aquí lo que nos vincula con nuestro quehacer en el mundo, en nuestra relación con el semejante y con la creación.
De alli la exigencia de amar al projimo como única y explicita prueba de que es real nuestro amor por Dios. ¿Quien podrá decir que ama a Dios si ignora lo que le pasa a sus vecinos, a sus hermanos, a sus compañeros de trabajo o de escuela? Es en el trato con el otro y el compromiso con la causa común o con el bien común que vivimos verdaderamente el amor a Dios. Y, claramente mentiríamos si dijiesemos que amamos a Dios que no vemos si descuidamos a la persona que con la que vivimos. Solo tratando con cariño y con dignidad a cualquier ser humano, incluyendo al desconocido, al extranjero, al que no piensa lo mismo que nosotros, al que nos cae mal-respetarlo y tratarlo bien y buscar preservar su dignidad, realmente estaremos cercano al amor de Dios por nosotros.
¡Señor nuestro Dios, enséñanos a amarte y a servirte amablemente en cualquier ser humano! Así sea.

Bolivar Paluku Lukenzano aa