La semana pasada fuimos invitados a participar del milagro del compartir y de la generosidad cuando meditábamos el evangelio de la multiplicación de los panes para que comieran miles de personas.
Hoy, Jesús nos llama a “trabajar no por el alimento perecedero, sino por el que permanece hasta la vida eterna” (Jn 6ss) y a creer en Aquel que Dios nos ha enviado, Aquel único capaz de darnos su cuerpo a comer y su sangre a beber. Y, el mismo Jesús nos lo asegura hoy cuando dice: “Yo soy el pan de la Vida. El que viene a mi jamás tendrá hambre; el que cree en mí jamás tendrá sed” (Jn 6, 34).
Todo eso es signo de que Dios se preocupa de nosotros. Nos da el alimento para el cuerpo y para el alma de modo que, alimentados por Él, lleguemos a realizar la obra de Dios, a creer en Jesucristo, el enviado de Dios.-
Ahora bien, en la primera lectura de este domingo XVIII-B, el libro del Éxodo nos presenta la recriminación del pueblo de Israel en su camino de liberación. Mientras estaban atravesando el desierto, experimentaron el hambre y la escasez de agua, los hebreos empezaron a echar de menos las comidas de Egipto donde habían estado en cautiverio. Pensaron que la idea de llevarlos por el desierto había sido un desatino. Pero, ¿qué es lo que habían olvidado en ese momento de dificultades? Se le había olvidado que Dios que los llevaba a la liberación seguía en, marcha con ellos y que en algún momento, les iba a socorrer.
Efectivamente Dios escuchó el clamor de su pueblo: “Yo escuché las protestas de los israelitas… Yo haré caer pan para ustedes desde el cielo, y el pueblo saldrá cada día a recoger su ración diría” (Ex. 16, 24. 12-15). Luego cuando vieron caer el maná, se dijeron: ¿Qué es esto? Y Moisés les recordó que dio les había olvidado, por lo que les respondió: “Este es el pan que el Señor les ha dado como alimento” (Ex. 16, 15.).
Esta maravilla del Señor ha sido relatada para que nosotros sepamos confiar en Dios. Día tras día, Dios nos da el pan. Domingo a domingo nos reúne para compartir el pan de la Eucaristía en la comunión: en ella Jesús se nos sigue dando como alimento para la Vida eterna. Vivamos cada misa de tal modo que sea para nosotros una manera de anticiparnos a participar de la vida de Dios que, luego de celebrar en la iglesia, la actualicemos en el compromiso en el mundo, en nuestras diversas actividades cotidianas.
Ojalá, que a nadie le falte el pan de cada día, y que a ninguna comunidad le falte el pan de la eucaristía. Y que los que comulguemos del mismo pan construyamos un mundo de hermanos: de gente más fraterna y más atenta a las necesidades de los demás, para ayudarlos sin cesar a vivir con alegría el don de la vida. ¡Así sea! ¡Amén!
P. Bolivar Paluku, aa