En este primer domingo de septiembre 2018 se nos propone meditar sobre nuestra fe hecha vida; nuestro modo de cumplir de obra, de palabra y de corazón la ley del Señor que nos enseña la palabra de Dios. Todo se centra en el cumplimiento verdadero de los mandamientos del Señor y el verdadero culto que podemos tributar a Dios. En las lecturas de la Palabra proponen no conformarse con escuchar la palabra, “hay que llevarla a la práctica en la vida”; no preocuparse sólo de la apariencia del culto, sino más del sentido interior que nace de un corazón purificado.
Por un lado, en la primera lectura del Deuteronomio 4, 1-2.6-8, Moisés enseña y advierte al pueblo elegido de Dios acerca del modo cómo debe hacer si quiere mantenerse en la alianza con Dios: “Escucha Israel los preceptos y las leyes que te enseño para que las pongan en práctica…obsérvenlo pónganlo en práctica, porque así serán sabios y prudentes a los ojos de los pueblos”.
La clave está en poner en práctica de los decretos y mandamientos de Dios porque son un guía para el camino les creyentes. Moisés recuerda al pueblo que tiene que ESCUCHAR la palabra de Dios; y esta palabra que da vida debe ser llevada a la vida por los que la escuchan. Ya que al cumplirla recocemos que estamos tan vinculados a Él y que mientras más nos mantenemos en el camino que Él nos indica, más segura y certera será nuestra vida. De allí que, la Fe es cuestión de vida, de modo que una fe no vivida en cada paso de la vida no tiene sentido.
Ahora bien, vivir en Cristo implica ser sinceros, coherentes, consecuentes y sobretodo ser sin doblez. En eso, no vale lo que siempre se ha hecho así, ni lo que ya no parece una rutina si no nos lleva a vivir la verdadera caridad que viene de lo más profundo del corazón.
Para no caer en una hipocresía, necesitamos escuchar de verdad lo que Dios nos habla desde nuestro corazón. Vivir desde lo que el Espíritu de Dios indica a nuestro corazón. De esta forma podemos actuar auténticamente iluminados por nuestra fe.
El apóstol Santiago (1,17-18.21b-22, 27) en la segunda lectura nos pone ejemplo de cómo se comprueba una verdadera fe viva: “visitar a los huérfanos y a las viudas” (Stgo1, 27). Vale recordar aquí las obras de la misericordia que realizamos motivados por la fe. El motor de toda acción debe ser el AMOR que Jesús mismo nos manifiesta cada día.
El evangelista Marcos (7, 1-8.14-15.21-23) nos exhorta que nuestras prácticas religiosas han de ser motivadas por el amor de Cristo y no deben ser fin en sí mismo. Por eso, no solo basta con escuchar la palabra de Dios, hay que vivir de ella, dejarse interpelar por ella, ponerla en práctica. La experiencia de fe es más que cumplir mecánicamente ciertos cultos… Es una vida comprometida con el prójimo, con la comunidad, con la sociedad. Y, hoy cuando impera mucho el vivir desde las apariencias y la superficialidad, Jesús nos regala la oportunidad de luchar contra la mentira y el autoengaño; nos llama a no ser cristianos sólo de labios, sino que seamos cristianos que viven sinceramente nuestra FE con AMOR y con Esperanza. Seamos testigos vivos del amor de Dios. Si Dios vive en nosotros, reflejemos su bondad tratando bondadosamente a los demás.
¡Dios quiera que sepamos, como María, escuchar, guardar y vivir la Palabra de Dios! ¡Que sepamos “proceder honradamente, practicar la justicia, tener intenciones leales, no difamar al prójimo, actuar desde y con la Verdad (cf.Salmo 14, 2ss)
P. Bolivar Paluku L. aa