Cuando queremos llevar adelante una obra en varias personas, suele pasar que queremos todos alcanzar la meta. Muchos sacrifican sus intereses personales en beneficio de otros. Y cuando se logra que el bien común y el bien de los demás sea lo que marque la pista, las cosas andan bien. Ahora bien, en todas obras humanas pueden mezclarse las pretensiones con el compromiso gratuito. Hay quienes son capaces de aportar a la organización de grupos y quedarse sin esperar nada a cambio. Sin embargo puede ocurrir que algunos busquen y aspiren a ser reconocidos o incluso a ser tratados con un privilegio especial. Eso puede pasar en la familia, en el trabajo, incluso en una comunidad cristiana. ¿Qué nos enseña Jesús al respeto? Hay que buscar servir nada más que servir…
En efecto, ante la pretensión de los hijos de Zebedeo por recibir puestos especiales en la gloria de Dios- lo que causa obviamente la indignación de los demás discípulos- Jesús enseña que : “El que quiere ser grande que se haga el servidor de ustedes; y el que quiera ser el primero, que se haga servidor de todos” (Mc 10, 43-44). Aquí hay algo importante: Jesús mismo se hace servidor de los demás. No rebusca tanto ser servido, sino servir. Y cuando el pueblo quiso hacer de él rey por sus maravillosas acciones, él se escapa. Porque no es ese su camino. Él se mantiene sencillo en el servicio para la salvación de todos nosotros. Tuvo que pasar por los crueles sufrimientos que culminan en la cruz. Isaías, en la primera lectura, lo anunció como el “Siervo de Yahvé” que da su vida en rescate de muchos.
¿Cómo podemos pretender seguir a Jesús, el Dios hecho hombre, sin bajar de nuestros pedestales? Si él nos ha dado el ejemplo de hacerse nuestro servidor, siendo él nuestro Dios: ¿Qué nos falta para que realmente seamos sus seguidores y reflejo de su cercanía para con todas las personas? A Jesús no le importó rivalizar con nadie porque todo lo que hacía estaba marcado con amor y entrega gratuita: “Se hizo obediente, tomó la condición de esclavo y murió en la cruz” (Fil 2, 9).
¡Que Dios nos libre de las malas ambiciones y de la vanidad para que seamos semejantes a Jesús, el humilde servidor de Dios y de los hombres y mujeres de este mundo!
Demos gracias a Dios por el cariño que tantas madres ponen en su dedicación a servir sus familias y sus comunidades sin esperar nada a cambio. ¡Dios las bendiga y les retribuya tanto amor!
En nuestra misión de anunciar la Buena Noticia del reino de Dios, seamos dóciles a la voz del Espíritu Santo para que en la realización de nuestras tareas las competiciones mezquinas, los orgullos no tapen el cariño que Jesús ha derramado en nuestros corazones. Que sepamos ponernos el delantal del servicio para el bien de los demás y así Dios, en nosotros, será bendito y alabado hoy, mañana y por los siglos de los siglos.
P. Bolivar Paluku Lukenzano aa.