La conversión es el tema que ocupa el centro de este tiempo de cuaresma. La Palabra de Dios en este domingo III nos invita claramente a dicha conversión. Convertidos a Él, Dios quiere que lleguemos a dar buenos frutos.
En la 1ª lectura (Ex.3, 1-8a. 10.13-15) Dios se revela a Moisés estando él en su oficio de apacentar el rebaño. Lo llama por su nombre desde la zarza ardiente. El responde y busca acercarse al lugar de la zarza. Recibe la orden de no acercarse y de quitarse sus sandalias porque se acerca a un lugar sagrado: “No te acerques hasta aquí. Quítate tus sandalias porque el suelo que estás pisando es sagrado” (Ex.3, 4). Nos invita también a quitarnos las sandalias de la soberbia, del odio, de la envidia, del egoísmo, de la mentira, de la falsedad…
Dios llama a Moisés por una misión, la de guiar su pueblo a la tierra de la libertad. El pueblo debe pasar de la esclavitud a la liberación. Debe desapegarse del acomodo de la sumisión al opresor. Hoy, el mismo Dios nos llama a salir de los vicios, de los apegos al pecado para sentir la fuerza sanadora de la gracia divina. Como en tiempo de Moisés, Dios ha escuchado el clamor de cada uno de nosotros su pueblo de la nueva alianza.
En este tiempo de cuaresma el llamado a ser liberados de las falsedades para vivir en la verdad de Dios resuena aún más fuerte. Así como el pueblo hebreo tuvo que caminar 40 años en la aridez del desierto, tenemos 40 días para acrecentar nuestra cercanía con Dios, para salir de nosotros mismos a fin de ir al encuentro con el otro, para socorrer y alivianar el peso de los que sufren. Moisés debía hablar al pueblo de su Dios, “el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob”, o sea el Dios del pueblo elegido: el “Yo soy el que soy” (Ex. 3,14). Una invitación a que el pueblo no se olvidara de Él y que estuviera atento a sus inspiraciones.
En el evangelio, Jesús nos recuerda que aquellos que han tenido la desgracia de en la vida no la han tenido por ser más pecadores que los demás. Subraya que todos y cada uno, necesitamos la convertirnos y transformar nuestras conductas y actitudes. “Si ustedes de no se convierten terminarán del mismo modo” (Lc 13, 3). Porque el mismo Dios “bondadoso, tierno, amoroso, justo, compasivo y lento para enojarse” (Salmo 102) valora el paso decisivo que damos al arrepentirnos de nuestras culpas. No tardará en darnos su auxilio si con sinceridad queremos, junto a Él, luchar por la justicia, sembrar paz, y crear una cultura de la verdad en nuestro entorno.
Gracias a Dios y por medio de los sacramentos de la Iglesia tenemos oportunidades para cambiar, transformarnos para bien. Ya que él, con su Palabra, remueve nuestro corazón y nos interpela para que lleguemos a convertirnos de corazón. Con él nada será imposible. Solo debemos intentar una y otra vez y sin miedo nos irá reformateando con la fuerza de su Espíritu de Amor. A Él honor y gloria por los siglos de los siglos.
P. Bolivar Paluku, aa.