En este cuarto domingo de cuaresma, nos alegramos por la palabra que Dios nos regala para renovar nuestra esperanza. Se nos revela como el Padre Misericordioso que, con bondad, ofrece oportunidad de arrepentimiento. Devuelve dignidad a quien vuelve con sinceridad…
La primera lectura nos presenta la situación del pueblo de Dios que ya ha alcanzado la tierra prometida por Dios y ya se encuentra gozando de los frutos de dicha tierra. Es un signo de que Dios cumple sus promesas. Su providencia y su misericordia son eternas. Así como en el desierto alimentó a su pueblo con el maná; hoy, Dios mismo cuida de cada uno de nuestros pasos. Dios provee alimento a los hambrientos en virtud de su amor para proteger la vida.
Por tal motivo, el salmista nos invita a bendecir al Señor en todo tiempo, a que lo glorifiquemos porque él responde favorablemente a las suplicas de quien confía en él (salmo 33, 2-7).
El relato del hijo pródigo nos manifiesta que Dios es tan misericordioso, tan compasivo que ninguna falta puede superar su perdón. Nada es más grande que su muestra de amor para con quien se arrepiente de verdad.
En efecto, mientras los fariseos murmuran contra la actitud humanitaria de Jesús, éste aprovecha de la ocasión para darles una lección sobre el amor infinito de Dios. Se nos presenta la realidad de dos hijos: el mayor, cumplidor de normas, aparentemente leal, pero poco compasivo con su hermano menor, travieso y atrevido. (Lc 15, 1-3.11-32).
Lo interesante en este relato es que el padre trata con libertad a sus hijos hasta conceder a la súplica del menor que exige su parte de herencia. Confía en él y le da lo que él busca. Y al paso de los años, sufre por no saber nada de su hijo que se ha alejado de la casa paterna. Este padre sabe que sus hijos solo serán felices mientras estén en la cercanía de su corazón de padre. De esta cercanía goza sin cesar el hijo mayor quien está siempre con él: “tu estás siempre conmigo y todo lo mío es tuyo, es justo que haya fiesta y alegría porque este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado” (Lc 15,31-32).
La alegría y la fiesta del reencuentro, del retorno a la casa paterna es el tema central del evangelio de hoy. Nos interesa renovar nuestra confianza en Dios quien nos mira con misericordia porque él nos ama. Y siempre espera con ansia nuestro retorno a su casa donde está nuestra seguridad.
Somos hijos e hijas de Dios y estamos llamados a vivir en comunión con él en el seno de su casa. Por uno u otro motivo, nos rebelamos y nos separamos de él. Él no se cansa de esperar nuestro regreso hacia su morada. Y con sus brazos abiertos espera que nos convirtamos diciendo, como este hijo prodigo: “iré a la casa de mi padre y le diré: ‘Padre pequé contra el cielo y contra ti” (Lc 15,18). Y, él con su amor dirá: hagamos fiesta porque este hijo mío, esta hija mía estaba muerto(a) y ha vuelto a la vida, estaba perdido(a) y fue encontrado(a)” (Lc 15, 24).
En el sacramento de la reconciliación (Confesión) en el cual confesamos nuestros pecados está la ocasión de vivir esta experiencia del amor de Dios que nos quiere libres de todas tormentas y que quiere que vivamos sabiéndonos amados, perdonados por él.
Al arrepentirnos y al confesar nuestras faltas reconocemos que Dios quiere que vivamos felices y que nos desprendamos de todo lo que nos atormenta el corazón.
¡Que la alegría de ser perdonados nos haga firmes en la fe y nos mantenga confiados en Dios, Padre de amor infinito, que nos invita todos a la fiesta de su perdón! (La misericordia del Señor cada día cantaré…).
P. Bolivar Paluku Lukenzano, a.a