En esta noche del sábado santo, contemplamos en síntesis el misterio pascual de la pasión- muerte-resurrección del Señor por la salvación del mundo entero—
Después de haber contemplado ayer a Cristo en su Pasión, en esta noche santa revivimos la victoria de nuestro Señor sobre la muerte. Si con la muerte de Jesús un gran silencio reinó sobre la tierra; si con su muerte la tierra se estremeció porque Dios se había dormido. Todo fue para que Él llevara consigo a todos los que duermen en las tinieblas del pecado. Jesucristo experimentó nuestra condición humana, para llevarlo con Él a la resurrección en la vida eterna.
En esta solemne Vigilia Pascual toda la Iglesia se alegra y canta con el triunfo de Jesús. En Él, Dios Padre nos ha demostrado su voluntad de salvarnos; de hacernos entender que la muerte no tiene la última palabra. Por eso, esta noche es la noche para alegrarse en el amor de Dios, amor que siempre quiere la vida, la libertad, la alegría, la justicia.
Muchos gestos que acompañan este festejo son muy significativos: el fuego de la luz nueva, el agua de la vida nueva, la Palabra, la Eucaristía, el pregón pascual… y nuestro entusiasmo de renovarnos con Cristo resucitado.
Las lecturas de la Palabra de Dios que hemos escuchado hoy nos recuerdan lo que ha sido la historia de la relación de Dios con el ser humano. Desde la creación Dios ha querido establecer una alianza con la humanidad. Y cuando estábamos alejados de él, Dios mismo decidió acercarnos a Él por medio de Jesús, quien, tomando nuestra condición humana, nos santificó por la preciosa ofrenda de su cuerpo y sangre; y con ese sacrificio, se entregó a sí mismo a la muerte en la cruz.
Los que en Cristo hemos sido bautizados, estamos asociados a su vida victoriosa. Al haber sido sumergidos en el agua, hemos muerto a nuestros egoísmos para resucitar con Cristo a la vida entregada a los demás, para recobrar el verdadero sentido de la vida.
San Pablo en su carta a los romanos, nos exhorta a no volver a ensuciarnos con los vicios que nos alejan de la vida.
El evangelio nos invita a la alegría: “alégrense”, dice Jesús, “No teman, vayan a avisar a mis hermanos que vayan a Galilea, por allí me verán”; para que viéndome ellos también tengan vida gloriosa.
Jesús, anunciado por los profetas, es el cumplimiento de las promesas de Dios para con su pueblo. El es la alegría del pueblo en los momentos de victoria y el es su fuerza a la hora de la angustia y de la desesperación.
Ultrajado y maltratado, Jesús resucita y fortalece nuestra esperanza. Ya no hay lugar para la tristeza ni para la desesperación cuando ponemos la esperanza en el Señor de la vida, Jesucristo resucitado.
Que este tiempo pascual sea para cada uno de nosotros una oportunidad de renovación en nuestra parada ante la vida. Que tengamos, cada día, más disposición para ser signos de vida destinada a la gloria en el Señor resucitado ante quien nuestra vida tiene sentido. En Él tenemos vida en abundancia porque como El vencemos sobre los signos de la muerte con AMOR…
P. Bolivar Paluku aa.