Domingo XXXI,C:¡BUSQUEMOS  A DIOS!

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Si el domingo pasado fuimos llevados a presentarnos ante Dios en  la humildad de nuestra oración,  hoy Dios nos invita a mantener vivo en nosotros el “deseo de verlo, de encontrarlo”. 
El libro de la sabiduría (11, 22-12,2) nos recuerda que nuestro mundo es ante Dios como un grano de polvo, como una gota de rocío”.  “Todo lo que existe le pertenece y su espíritu incorruptible está en todas las cosas”(Sab.12, 1)  ¿Qué lugar tiene en nuestras actividades de todos los días el encuentro con Dios? ¿Cómo vivimos nuestro seguimiento de Cristo en lo cotidiano? ¿Habrá algo en  nuestra vida que escape al querer de Dios?
Zaqueo (Lc 19,1-10) constituye un ejemplo importante en este sentido. En la experiencia de Zaqueo podemos observar el camino de quien  busca a Dios, los esfuerzos de quien  quiere estar en la buena con  Jesús porque en  Él hay vida plena. Él supo que Jesús atravesaba su ciudad y quiso verlo. Y a pesar de las dificultades que representaba tal osadía,  Zaqueo se mostró decisivo y firme en su propósito: “Trataba de ver quien era Jesús, pero no podía a causa dela gente, porque era de pequeña estatura”(Lc19,3). Pero, ¿por qué Zaqueo quería ver a Jesús? Y, ¿qué le pasó después de su encuentro con  Él? 
Ahondemos un poco más: entre el anhelo de Zaqueo de  ver a Jesús y su realidad de ser pequeño había un abismo profundo.  Le dificultaba su estatura, dentro de una multitud le era complicado tener una perspectiva de visión.  Otra cosa que le obstaculizaba la cercanía con Jesús es su “fama”: no era un  hombre bien  catalogado por sus vecinos por ser jefe de publicanos.  Por lo tanto, no debía serle fácil llegar y asomarse, exponerse a todo tipo de críticas. Sin embargo, se atrevió a ir más allá del  “qué dirán”. Pero, ¿cómo hizo para superar todos estos fantasmas y no quedarse con  las puras ganas? 
Zaqueo tomó conciencia de sus limitaciones, las aceptó y no se dejó vencer por el miedo,  confió en la voz que clamaba en su interior: “se adelantó corriendo  y subió a un sicomoro (árbol)” (Lc19, 4). ¡Que ridículo: todo un jefe trepando en  un sicomoro! Pero,  a él ya nada le importaba contar con  alcanzar su objetivo el de ver a Jesús,  el Señor de la vida. Claro que él conseguirá su objetivo,  no sólo vio a Jesús,  sino que Jesús lo miró y se fijó en él. No solo eso, sino que tuvo la bendición de acoger al Hijo de Dios en  su casa: “Zaqueo baja pronto porque hoy tengo que alojarme en  tu casa” (Lc 19,5). Qué más podía esperar este hombre.  Encontró lo que le faltaba: “Ha llegado la salvación  a su casa” (Lc 19, 9).  Por su puesto es esto lo que faltaba a ese hombre que ya tenía riqueza y autoridad.  Ahora,  gracias a su humildad,  a su valentía y a su humillación  se convierte y se gana la felicidad de ver a Jesús y de vivir según  su camino: se muestra generoso, arrepentido y determinado de hacer justicia a todos los que fueron  afectados por sus acciones cuando él vivía sin conocer a Jesús.  Zaqueo que todos trataban  de pecador, recibe la gracia del perdón de Dios como premio del arrepentimiento, de su humildad. 
Por su perseverancia y su osadía, por su atrevimiento y o por su conversión,  Zaqueo permitió que Dios lo  hiciera digno de ser su hijo ya que él no se dejó perturbar fácilmente por las dificultades que lo impedía acercarse a Jesús. 
Pidamos hoy,  que nunca nos cansemos de buscar a Dios, que no tengamos miedo de entrar proclamar y de vivir de nuestra fe. Hoy, muchas son  las propuestas que nos quieren  convencer que la fe no tiene mucho que decir. A ello, resistamos con  la convicción que, hoy como en todo tiempo de la historia, vale la pena creer en  Dios. Es indispensable mantenernos en  el seguimiento de Cristo  porque con  Él podemos contar, pase lo que pase. Vivamos de nuestra fe y tendremos la firmeza y la alegría de vivir. Que nuestra fe transforme nuestras conductas y nos impulse a realizar buenas obras para el bien  de todos ¡Que la Virgen  María sea nuestro amparo en esta búsqueda!  Así sea…
 
P. Bolivar PALUKU LUKENZANO, aa.-