¡Tentados, como Jesús, vencedores como Él!
En este domingo, la liturgia de la Palabra nos lleva a considerar dos aspectos importantes de nuestra fe: Dios nos ha creado bueno, a su imagen y semejanza destinándonos a la felicidad. Sin embargo, la posibilidad de alejarnos de esta bondad de Dios existe en nuestra vida. Aún así, la tentación y la posibilidad de caer en ella no agotan el amor infinito que hace llegar a nosotros la vida eterna que Dios nos ha preparado. ¿Cómo hacer para que no nos apartemos de esta vida a la que Dios llama para poder vencer al diablo así como pudo hacerlo Jesús?
3 tentaciones de Jesús, tres tentaciones de nosotros: 1-el consumo (hambre de cosas por avaricia, el tener por tener) se revierte con poner al centro la palabra de Dios. 2- tentación de poder (querer utilizar a Dios para dominar a otras), en vez de dejarse guiar por la voluntad de Dios. 3.- tentación de la idolatría (muchos son los ídolos: moda, nuestro cuerpo, el televisor,…) todo lo que nos impide adorar al único Dios.
Nuestra vida cristiana es una lucha contra el maligno que tentó hasta Jesús, el hijo de Dios. En efecto, durante su estadía de cuarenta días en desierto, él alcanzó a revertir las astutas trampas del demonio. ¿De dónde sacó Jesús su fuerza para vencer las tentaciones? Él estaba siempre en presencia de Dios Padre y en la asistencia del Espíritu santificador.
En la lectura del Génesis se nos representa la experiencia de la creación de Adán y de Eva, su permanencia en el paraíso y su rebelión contra la ley de Dios. Mientras vivían conforme al mandato de Dios, ellos vivían firmes y confiados en Dios. Sólo cuando quisieron apartarse del camino del Señor, allí sintieron algo extraño. Se les abrieron los ojos y experimentaron el pudor de no estar cubierto. Sintieron que les faltaba seguridad. Habían tenido a su alcance la posibilidad de vivir, pero su afán de ser como Dios para no depender más de Él, les llevó a la ruina. Su desobediencia les valió la expulsión del camino de la vida. Y por ellos, entró la muerte en el mundo. Pero como Dios es amor y perdón, Él mismo se la arreglará para dar una nueva oportunidad. De modo que si, “por un hombre entró la muerte en el mundo, por el hombre-Dios, Jesucristo, este pecado va ser vencido (cf. Rom 5,12-19).
En efecto, “la desobediencia de Adán nos trajo muchos males y la muerte, pero la obediencia de Cristo nos mereció muchos y mayores bienes: el perdón, la resurrección y la vida eterna” (liturgia cotidiana).
En este día, pidamos a Dios que nos fortalezca en nuestros intentos de serle fieles. El mismo maligno que tentó a nuestro Señor Jesucristo sigue metiendo su cola en medio de nuestras vidas para distraernos, no nos dejemos llevar. Tomémonos de la mano de Jesús, nuestra fortaleza firme. Y que las múltiples tareas de todos los días no nos sumerjan en la búsqueda desmedida del poder, de la riqueza y de la vanidad. Que María, nuestra Madre interceda por nuestra victoria sobre la fuerza del mal para este tiempo de cuaresma nos llene de confianza en Dios y que nos ayude a ser generosos con los que más necesitan de nuestro cariño y de nuestra cercanía. A Dios demos honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén.
P. Bolívar PALUKU LUKENZANO, a.a.