XIII Domingo T.O.A: MORIR al PECADO y VIVIR para SERVIR con AMOR…

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La primera lectura habla de la amistad del profeta Eliseo con  una familia que le dio hospedaje. Una experiencia de cercanía que nos revela la fidelidad de Dios a su alianza. Su presencia en  medio de su pueblo asegura la vida de cada uno de los que confían en  él.  Dios es un  Dios de la vida. Es el Dios vivo que regala la vida. Por  medio del profeta Eliseo, Dios manifiesta su misericordia a una mujer que no había podido tener hijo. Sin  embargo, por la fuerza divina, y a través de la palabra del profeta,  ella será favorecida con  el don de la maternidad: “El año próximo, para esta misma época, tendrás un  hijo en tus brazos” (2Reyes 4, 16ª). 

Es una muestra del gran  amor con el cual Dios mira a sus elegidos.  Es ese amor que merece ser cantado.  El salmo 88 nos invita a hacer de nuestra vida una alabanza para nuestro Dios porque nos trata siempre con amor: “Cantaré eternamente el amor del Señor, proclamaré su fidelidad por todas las generaciones…” (Salmo 88, 2).

Gracias a ese gran amor y a su fidelidad a sus promesas que Dios entregó a Cristo  en  la cruz para salvarnos. Con él,  nosotros también  debemos morir al egoísmo para vivir resucitados por su amor. San Pablo en la carta a los romanos nos lo recuerda muy bien: “Por el bautismo fuimos sepultados en la muerte,  para así como Cristo resucitó por la gloria del Padre, también nosotros llevemos una Vida nueva” (Rom 6, 3ss). 

De allí nuestra vida está marcada por una nueva manera de relacionarnos con el mundo y con nuestros semejantes. El criterio debe ser el amor incondicional. San  Mateo (10, 37-42) nos da una nueva visión de amar.  Amar a Dios por sobre todo porque Dios nos ama siempre. Hacerlo todo desde la fidelidad al amor gratuito de Dios por nosotros. Sólo de esa manera seremos capaces de renunciar al propio interés para el bien  de todos.  Así es que: Tomar su cruz,  renunciar al amor propio (a sí mismo) para ser fiel al amor de Dios;  es anteponer a Cristo a todo lo que emprendemos. Ser digno de Cristo es ser como él. Ver el mundo como Dios lo mira en Cristo que dio su vida para salvarlo. Tratar al prójimo como Dios lo trataría en nuestro lugar…  

Para todo esto, es preciso renunciar a la codicia y a la facilidad de la vida. La exigencia del amor de Dios pasa incluso por el sacrificio de la cruz a ejemplo de Cristo.  Solo el que es capaz de arriesgar todo por amor, es capaz de Dios y es digno de ser llamado hijo(a) de Dios.  Sí Dios nos salva por gracia y por amor,  aprendamos a amar como él nos ama, sin  apego alguno. Aprendamos a morir cada día al pecado, al egoísmo, al odio, la codicia para vivir de la generosidad, de la solidaridad y del servicio a los demás. ¡Amen!

P. Bolivar Paluku, aa.