En este domingo (XIV-A) la Palabra de Dios “nos lee” y nos interpela en esta dura realidad de pandemia que estamos viviendo a lo ancho y largo del mundo. Tres son las enseñanzas que nos da para meditar:
+ Lo primero es que Dios cumple sus promesas y anuncia paz para su pueblo.
+ Segundo: el Espíritu Santo quien habita en nosotros, dará vida eterna a nuestros cuerpos débiles y mortales. + Tercero: Desde su misericordia y su humildad JESÚS nos consuela y quiere dar alivio a todas las personas afligidas.
En la primera lectura, el profeta Zacarías (Zac.9,9-10) nos invita a contemplar la promesa de Dios para con su pueblo: Esta promesa es que el Señor Dios, rey humilde, viene a traer alegría a su pueblo, a establecer la justicia y paz…¡Que esperanzador saber que Dios viene siempre a nosotros! Viene con humildad: – “es humilde y está montado en un asno”,- sin embargo “su dominio se extenderá desde el Río hasta los confines de la tierra”. Si la justicia de Dios está prometida a todos y a todas desde siempre, ¿qué nos falta hacer para erradicar la injusticia, la tristeza, el sufrimiento en nuestro entorno?
“El Señor es bueno con todos” (Salmo 144/145,1- 9); por eso nuestro Dios merece una alabanza por su fidelidad a lo que nos promete… Por su amor, Dios se la juega por nosotros… Este amor que nos ha comunicado y habita en nosotros por obra del Espíritu Santo derramado en nuestros corazones. ¿Cómo colaboramos con el Espíritu de Dios que habita en nosotros?
La 2° lectura de la carta a los romanos (Rom 8, 9.11-13) nos recuerda que no estamos animados por la carne. Dice san Pablo: “Ustedes no están animados por la carne, sino por el espíritu, dado que el Espíritu de Dios habita en ustedes. El que no tiene el Espíritu de Cristo no puede ser de Cristo” (Rm8,9). ¡Dichosos somos porque tenemos al Espíritu como a un Defensor que nos inspira el camino a seguir e ilumina cada paso de nuestra vida!
Ahora bien, ¿ será que basta solo reconocer que el Espíritu de Dios habita en nosotros o tenemos que ir más allá de esto? Es decir, si ya sabemos que en nosotros llevamos el tesoro del amor de Dios, ¿nos damos de escucharlo ante nuestras preocupaciones de todos los días y a la hora de tratarnos mutuamente?
No olvidemos que la sabiduría de Dios pasa por el camino de la sencillez, de la humildad. No significa que nos dejemos atropellar en nuestros derechos. Se trata de ser dóciles a las inspiraciones del Espíritu Santo con la debida confianza en Dios, dispuestos seguir aprendiendo de Él cada día.
Finalmente, en el evangelio (Mt 11, 25-30) Jesucristo alaba a su Padre Dios: “Te alabo, Padre Señor del cielo y de la tierra, porque habiendo ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes, las has revelado a los pequeños”(Mt 11, 25ss). Jesús da gracias al Padre que se revela a los humildes (pequeños), a los que son capaces de abajarse, y no a los soberbios… A la vez, Él se presenta como la paz de los afligidos, el alivio de los agobiados, la cura para los enfermos… tiene un yugo suave, Él es paciente y humilde de corazón. Él es nuestra fuerza y nuestra fortaleza. ¡Vayamos a Él para que fortalezca nuestra esperanza! ¡Vayamos a Él para que nos dé serenidad en el dolor! ¡Vamos a Él para que nos enseñe a centrarnos en las pequeñas cosas positivas y agradecer la vida por ellas!
¡Vayamos a Él con gratitud por tantas personas que se la juegan por nuestro bienestar, arriesgando incluso su propia vida! ¡Vayamos a Él con fe, esperanza y por el de la salud! ¡Agradezcámosle porque pase lo que pase Él nunca nos abandonará y porque: nada hay que nos pueda separar de su amor… ni la vida ni la muerte, ni angustia, ni sufrimientos (cf.Rom8, 35.39).
P. Bolivar PALUKU L, a.a.