Si el domingo pasado, Jesús nos enseñaba por medio de la parábola del sembrador en la que nos aseguraba que ya su Palabra del reino ha sido sembrada y que se nos pide una disposición para que ella pueda crecer. Y con ello, nos insistía sobre la manera adecuada con la que debemos acoger su palabra como tierra fecunda para que podamos dar fruto. ¿Qué fruto hemos durante esta semana?
Hoy, el evangelista Mateo (13,24-43) vuelve a centrar nuestra atención sobre el significado del reino de Dios. Por medio de muchas comparaciones, Jesús explica la llegada de su reino. Tres ejemplos bastan para explicar la presencia de Dios en el mundo.
Primero, su reino es como una buena semilla que se esparce en un campo. Curiosamente, en el curso del crecimiento de la semilla, aparece la cizaña. Segundo, el reino se parece a un granito de mostaza, una de las más pequeñas semillas del mundo que, sin embargo, al crecer llegar a arbusto capaz de cobijar a los pájaros. Y, tercero, el reino es comparable a un puñado de levadura que se mezcla a la masa y que la va fermentando silenciosamente. Al explicar estas comparaciones a los discípulos, Jesús deja claro que él es quien siembra la buena semilla en el mundo. Lo cual indica que con Él el reino de Dios ya está presente en el mundo; su obrar y hablar dan testimonio del reino y lo explicita. De hecho, con su venida al mundo se ha establecido una nueva manera de ver las cosas, una manera particular de vivir según el amor del Padre celestial. Sin embargo, no todos se han dejado interpelado por su presencia. Incluso, algunos le quieren jugar la contra porque están impulsados por el odio y la dureza del corazón que les vienen del maligno. Lo curioso es que Jesús, al sembrar su reino de amor, deja la libertad de elección y espera la decisión y adhesión personal a la buena noticia. Y, ¿por qué Jesús no corta de una vez esta cizaña de los que no quieren seguir su camino del reino? Él da a cada uno la oportunidad de arrepentirse. El reino de Dios no pretende competir con el maligno; en la sencillez y la calma el reino de Dios manifiesta que la bondad triunfa sobre la rencilla, que el compromiso con la verdad produce mucho más bien y que la paz se gana con la generosidad. Ser buena semilla es pertenecer al Reino. Y nadie, absolutamente nadie puede ser parte de ese reino a menos que, por sus obras y sus gestos, manifieste su disposición a confiar plenamente en Dios. Lo cual tiene que ver con el que pertenece al reino mantiene su identidad de ser cristiano y no se confunde con nadie de modo que alumbra con su fe y con su testimonio al mundo.
Definitivamente, el reino de Dios es justicia. Los justos dan prueba del amor de Dios en ellos y resplandecen como el sol en el Reino de su Padre. Cristianos, somos llamados a anunciar el Reino de Dios. Un reino de amor y de una buena convivencia. Un reino de comunión con Dios y con los demás, incluso con los que no son de nuestro gusto (la cizaña). El reino de Dios es un reino integrador de lo diverso en la armonía del Espíritu de Dios. Este reino quiere ser buena semilla en los corazones. ¡Que no nos dejemos ahogar por las cizañas del maligno sobre todo en este tiempo complejo de pandemia!
P. Bolivar Paluku, aa.