Domingo XXXIII, a: ¡Saquemos provecho a los talentos para el servicio! 

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La temática del Reino de los cielos vuelve a ocupar nuestra reflexión para este domingo trigésimo tercero del año litúrgico. Después de la parábola sobre la vigilancia que meditamos el domingo pasado donde vimos que hay que permanecer en la espera activa para vivir en alerta y preparados para entrar en el Reino de Dios; hoy, Jesús – con el relato de los talentos- llama a nuestro compromiso con los talentos y dones que hemos recibido para que un día se nos diga: “Está bien, servidor bueno y fiel, ya que respondiste en lo poco, te encargaré de mucho más: entre a participar del gozo de tu señor” (Mt 25, 14-31). 

 

En el evangelio se nota la confianza que tiene el Señor en sus servidores: “llamó a sus servidores y les confió sus bienes” (id.) Dios nos ha regalado muchos dones y habilidades porque confía mucho en nosotros. Nos asocia a su misma confianza. Dios nos toma en serio y cuenta con nosotros. Su cercanía y su compasión con nosotros hacen que Él no dude en entregarnos la vida y todos los bienes y posibilidades, a cada uno según su capacidad. De allí que todo debe orientarnos a tomar nuestra responsabilidad haciendo lo mejor posible para el bien de nuestros semejantes. ¿Qué he hecho con los dones recibidos de Dios? 

 

Si en el tiempo de Jesús el talento era una pieza de moneda, hoy corresponde con cualquier habilidad especial o cualidad recibida. Y cada uno de nosotros tiene sus habilidades. Por eso, la enseñanza de la parábola de los talentos se orienta a cada uno de nosotros. Somos participes del advenimiento del Reino de Dios cuando ponemos lo mejor de nosotros en lo que hacemos. No debemos descuidar nuestras habilidades pensando que no tenemos nada especial de qué dar cuenta. El peligro -del que nos previene Jesús – es el de caer en el relajo con la excusa de no tener nada que ver con el servicio o con la atención a los demás.

Obviamente que lo fácil sería enterrarlo todo y no correr el riesgo de perder nada. Sin embargo, la calidad de nuestra respuesta al amor de Dios se verá en la valentía con la que nos atrevemos a multiplicar con amor y con confianza lo que se nos ha regalado. Incluso cuando pareciera que sólo se nos ha dado poco, también debemos ponerlo al servicio para que dé frutos. Entonces ya no será la cantidad de lo recibido la que exige compromiso, sino la voluntad y la disponibilidad de colaborar con lo que Dios quiere seguir realizando por nosotros y en nosotros. 

Pidamos que, por medio de María Santísima, Dios nos ayude a tener lucidez en reconocer las habilidades y virtudes que Él ha depositado en nosotros. Y que, habiéndolas reconocido, lleguemos a ser fieles tanto en lo poco como en lo mucho. ¡Que no guardemos nada egoístamente, sino que hagamos fructificarlo todo para el bien de la comunidad, para el bien de los demás afín de que florezca el Reino de Dios aquí y ahora! ¡Que, en la espera del día del Señor: ¡No nos durmamos! ¡que “permanezcamos despiertos y seamos sobrios” (1Tes 5, 1-6) en cualquier lugar y a cualquier momento! …

P. Bolivar Paluku Lukenzano, aa.