Domingo V-B: ¡Jesucristo, Salvador y Redentor, Sánanos y libéranos!

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 Confiar y creer en Dios es saber vivir las tormentas de la vida con optimismo de superarla y de salir adelante. En esta materia, Job es un ejemplo a la vez de desesperación, pero sobre todo de esperanza y de confianza en Dios más allá del dolor. En la primera lectura de este quinto domingo-B (Job 7, 1-4.6-7), la desolación y la desesperación por causa del sufrimiento atraviesan la vida de Job. Este hombre que había sido irreprochable, correcto, justo fue, sin embargo, víctima del sufrimiento estremecedor: Lo perdió todo. Perdió a sus hijos, a su mujer, a sus amigos, hasta llegar a afirmar: “¿No es una servidumbre la vida del hombre sobre la tierra?… Como un esclavo que suspira por la sombra, como un asalariado que espera su jornal me, así me han tocado en herencia meses vacíos, me han sido asignados noches de dolor” (Jb 7, 1). Hasta que incluso sus amigos se burlaban de él. Al final, Job termina afirmando que, Dios no puede más que ser justo. Con una fe fuerte en la desolación, Job reconocerá que sólo Dios sabe hasta dónde podemos llegar. A pesar de sus lamentaciones, Job comprende que hay que tener confianza en Dios en todo momento porque él está con nosotros hasta el final de los tiempos. 

El salmo 146, 1-6 lleva a aclamar a Dios: “¡Qué bueno es cantar a nuestro Dios, que agradable y merecida es su alabanza! Sana a los que están afligidos y venda sus heridas”. Aquí una vez más se refleja una gran verdad de la Biblia: más allá del dolor y de las dificultades, más allá de las enfermedades, el Señor Dios será siempre nuestro refugio y nuestra liberación. Por lo tanto: “Nuestro corazón sólo descansará en Dios” (Agustín). 

San Pablo reconoce que la misión de anunciar el Evangelio es una gracia, un regalo. – Pablo no saca ventaja del anuncio del evangelio. Ya sabemos bien lo que fue de su vida antes de la conversión: era un matón, un perseguidor de cristianos. Sin embargo, desde su encuentro con Cristo, todo cambió. Y, ya nada le frena en su afán de anunciar el evangelio. Tiene claro que ser discípulo es a la vez ser enviado, misionero, apóstol: “Ay de mi si no predicara el Evangelio” (1Cor 9,17). – Esto traduce la pasión, el fuego fuerte que le quema desde dentro para predicar y anunciar la buena noticia del Reino. Pablo sabe que no cuenta con ningún salario. No recibe nada a cambio de la predicación y, justamente, eso es lo que hace su alegría. 

Jesús en el evangelio (Marcos 1, 29-39), recuerda, con palabras y obras que, la Buena Noticia del Reino es una ocasión de liberación, una sanación de todos los males por el Dios de la vida. – Jesús se nos manifiesta sanando a los enfermos, dándoles fuerzas a los decaídos. Esta manera de sanar muestra que no quiere el mal. Dios no quiere las enfermedades. Para él, el sufrimiento no es querido. Y luchar contra todo lo que hace mal a la persona va en la misma línea del proyecto de Dios. 

La mano sanadora de Jesús levanta, liberta, desata, sana, alivia y fortalece. Pero Jesús no se detiene; más bien camina y peregrina predicando hasta expulsar los demonios de todos los poblados. ¡Que nos libere el mismo Jesús de la desesperación, del desaliento, de la derrota, de la injusticia! Y, ¡que nos regale la valentía de evangelizar con nuestra vida en cada instante, incluso en los momentos duros de nuestra existencia! –

P. Bolivar Paluku Lukenzano,aa