El domingo pasado, Jesús nos ayudó a comprender que, tanto para Él como para nosotros, el sufrir es parte de nuestro camino y debe ser vivido con fe y esperanza, con la mirada puesta en la gloria de la resurrección.
Hoy el evangelio muestra una discusión entre los discípulos acerca de quién era más importante. Día tras días asistimos a discusiones parecidas sobre opiniones entrecruzadas. Y muchas veces escuchamos la gente preguntarse: ¿Quién es más importante entre nosotros? ¿Quién la lleva? ¿Quién tiene más fama que otros o quién merece más consideración? Incluso, en el peor de los casos vemos a algunas personas tender trampas a otras para que su fama sea derrumbada. Al que se esfuerza a hacer bien las cosas, se le mira mal; le hacen la vida difícil para hacerle caer. Y se puede escuchar decir de una persona: y este ¿qué se cree? Ya veremos si se salva de esta…
En efecto, como ocurre en la primera lectura del libro de la sabiduría que hemos leído, lamentablemente los impíos de hoy, como los de ayer, se dicen a su corazón: “Tendamos trampas al justo… porque si es hijo de Dios, Él lo librará de las manos de sus enemigos” (Sab 2, 12. 17-20).
Es verdad, en todas las dificultades de nuestra vida, si no estamos centrados en Dios, si su Espíritu no vive en nosotros, es posible que nos atrapen las distracciones puestas por los malhechores en nuestro entorno. Sepamos recurrir a Dios. Clamemos a Él. Construyamos sobre la roca de su amor ya que “Dios es nuestra ayuda, el Señor es mi apoyo verdadero…” (Salmo 53, 3ss).
Cuando no se sabe poner a Dios y el servicio a los demás en el centro de las preocupaciones, ahí está el peligro de llegar a ser soberbio y vanidoso.
En el evangelio (Mc 9, 30-37), Jesús, va camino a entregar su vida pasando por el sufrimiento. Y con eso recuerda que su gloria pasa por la cruz. Sondea así nuestra motivación con la que realizamos las obras. ¿Por qué hacemos lo que hacemos? ¿Por qué seguimos ayudando a los demás? ¿Con qué actitud nos relacionamos con los demás? La invitación de Jesús es que en todo lo que lleguemos a cumplir que no busquemos nada más que adecuarnos a Jesús, el Servidor humilde. Para eso, él nos ofrece su secreto: “El que quiere ser el primero que se haga el último y el servidor de todos” (Mc 9, 35). Jesús no va lejos para mostrar lo humilde y lo simple que es su vida y la manera de seguirlo: ser como un niño. Atender a Dios en medio de los que en nuestras sociedades ocupan el último lugar (como los niños). Y, con mayor razón cultivar la actitud de dependencia y de humildad como la del niño que sabe poner su confianza en los que lo aman. Pongámonos en las manos de Dios, confiemos en El.
En la segunda lectura se nos recuerda que si queremos alcanzar la sabiduría, debemos ser misericordiosos, sinceros, imparciales porque fuera de eso corremos el riesgo de vivir en rivalidad y en discordia. Que la Santísima Virgen María, la sierva del Señor interceda por nosotros en nuestro camino de vivir la fe y el servicio a los demás con benevolencia y gratuidad.
P. Bolivar Paluku, aa.