Celebrar la Ascensión del Señor es motivo de gozo; es una ocasión para agradecer por la vida recibida de Dios. El mensaje bíblico de este día nos dice que Jesucristo subió al cielo y al ascender al cielo, no se desaparece de nuestras vidas, sino que se hace presente de marera diferente. Jesús deja de estar físicamente presente, pero sí, está secretamente presente en lo más íntimo del corazón de sus amigos. Su partida no bebe ser motivo de tristeza para sus discípulos porque, así cómo se lo ve irse, así mismo estará reafirmando la vida de los que creemos en Él.
La lectura de los Hechos de los apóstoles nos dice: “Hombres de Galilea, ¿por qué siguen mirando al cielo? Este Jesús, que les sido quitado y elevado al Cielo, vendrá de la misma manera que lo han visto partir.” (Hch1, 11). El mensaje de esta Ascensión del Señor al cielo es un mensaje de esperanza. Nos invita a renovar nuestra fe en la plenitud de la vida. Miremos con admiración a Jesús, el mismo que bajó desde el seno de Dios Padre, es el mismo que regresa a vivir en la gloria que tenía antes. A la vez, Él mismo nos da la certeza de que somos ciudadanos del Reino de Dios.
Entendemos de allí que nuestra vida terrenal nos predispone a gozar y anticipar la felicidad eterna y que nuestra morada terrenal en sus momentos de alegría y de pena constituye ya el lugar de vincularnos con la vida eterna que compartiremos plenamente en el encuentro con el Padre Dios cuando termine nuestra existencia temporal.
Mientras tanto, Jesús no nos abandona solos. Promete la compañía del Espíritu Santo: “recibirán la fuerza del Espíritu Santo que descenderá sobre Ustedes, y serán mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra” (Hch 1,8). Con esa fuerza del Espíritu podemos propagar el bien, la bondad, la fuerza divina que libera de la esclavitud, de la injusticia, de la desesperación.
De allí que por ser cristianos, vivimos de la esperanza y en la esperanza. ¿En qué consiste nuestra esperanza, hoy? En que podemos transformar la vida presente hasta alcanzar una realización plena en Dios cuando sepamos respetarnos unos a otros, cuando tomemos nuestras responsabilidades en cuidado de la vida, de la naturaleza. De tal manera que la paz, la justicia, el dialogo, la comprensión, la tolerancia, la felicidad, la amistad verdadera son posibles con el compromiso real en gestos y obras desinteresadas. Por eso, San Pablo nos insta a “vivir con mansedumbre, con humildad conservando la unidad del Espíritu mediante el vínculo de la paz” (Ef 4:3)…
Tal es el mensaje que estamos llamados a anunciar a todo el mundo: de que Jesús que nos salvó sigue presente en nuestra historia, aunque su presencia ya es de un modo distinto. Eso justifica la alegría de los discípulos, quienes al ver a Jesús ascender se quedan con gozo. Y siguen alabando a Dios en el templo porque saben que Él mismo que ha hecho camino con ellos, seguirá guiándolos, desde su gloria celestial. Para ellos, ha sido importante el encuentro que han tenido con Jesús. De modo que lo seguirán sintiendo presente aunque no lo vieran.
Que el Espíritu Santo nos ayude a cultivar una amistad tan firme con Jesús que nada pueda separarnos de él. Que en María de Nazaret, Madre de Jesús, encontremos el ejemplo de quien sabe poner su fe en Dios incluso cuando nada puede comprobar, y sin embargo, siempre con la disposición a colaborar con responsabilidad a propagar la Buena Noticia de la Salvación del mundo y todo lo que contiene!…
P. Bolivar Paluku Lukenzano, aa