Domingo XXVI, C: Nadie vivirá feliz si no se compadece de su hermano pobre. –

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Es importante preocuparse del bienestar de los pobres como del de uno mismo para vivir su fe en Dios. El profeta Amós denuncia la indolencia de los “cómodos” y “relajados” que la pasan bien ignorando a Dios y al prójimo. Amós cumple con recordar que la felicidad de los hombres pasa por la práctica de la justicia social. Es ser capaz de gozar de los bienes recibidos sin ser indiferente a la necesidad ajena. Amos, extranjero en Samaría, reprocha a este pueblo que, con los labios alaba a Dios y sus actos son indiferentes ante la inequidad y el maltrato del pobre arruinado: “Ay de los que se sienten seguros en Sión. Acostados en divanes, comen los corderos… pero no se afligen por la ruina de José” (Amos 6, 1ª .4-7). Amós no está contra las fiestas, sino contra la pasividad indolente del que se encierra en sí y no se compadece de nadie… 

El salmista nos recuerda que el secreto de la felicidad es apoyarse en Dios y poner nuestra confianza en Él. Porque mientras más confianza tengamos en Dios, podemos ser capaces de ser justos y de compartir, de practicar la verdadera justicia en nuestros tratos uno con otro. Ya que: “El Señor hace justicia a los oprimidos y da pan a los hambrientos. El Señor libera a los cautivos…” (Salmo 145, 7). 

En la segunda lectura de la Carta de san Pablo a Timoteo (1Tim 6, 11-16), se nos invita vivir el buen combate de la fe, que no tiene nada que ver con guerras ni violencia; sino con vivir “la piedad, la fe, el amor, la constancia, la bondad” (1Tim 6, 11). Preguntémonos: ¿Cómo vivo este combate de la fe en mi vida de cada día? O, mejor dicho: ¿Práctico la piedad? ¿Hago todas las cosas con amor? ¿Soy constante en mi vivencia y práctica de la fe? ¿Cómo se nota que la bondad de Dios habita en mí? 

El evangelista san Lucas (Lc16, 19-31) sigue interpelándonos sobre cómo vivimos la misericordia aquí y ahora. Nos invita a la conversión: pasar de la opulencia de acumular por acumular a la sencillez de contar con lo justo y tomar en cuenta a los que nos rodean. Es decir, atreverse a achicar la brecha de la indiferencia (olvido del otro) con la generosidad, la compasión, y compartir. Entre los dos personajes: Lázaro que no tenía nada pero que recibe una recompensa en la vida eterna. Y, al lado de ese indigente, hay un hombre lleno de muchas riquezas y lleno de sí, indiferente a la miseria del pobre que yacía a su puerta. Por ende, pierde la oportunidad de encontrar a Dios y de gozar de la fiesta de los elegidos en el Reino eterno. Entre Lázaro y el rico hay un abismo de indiferencia, ignorancia y falta de caridad por parte del rico. 

¡Que diferente sería nuestro mundo hoy si tan solo tomáramos en cuenta a los demás, sobre todo a los que menos tienen, cuando festejamos o celebramos! Ven, Señor en mi ayuda para que pueda descubrirte en los que me rodean…Ayúdame a derivar la indiferencia. ¡Líbrame del egoísmo y del acomodamiento ciego!

P. Bolívar PALUKU LUKENZANO, aa.