¡Gracias Señor por la fe y por tu perdón!
Este mundo ha vivido siempre momentos difíciles. Las malas noticias no cesan de oírse. Hay guerras, problemas familiares, engaños, decepciones, desilusiones, fraudes, mentiras. Las violencias, las adicciones a los vicios flagelan algunas familias. Frente a esas situaciones complicadas, debemos buscar llenarnos de la fortaleza que nace de la fe en Dios. En Él seguimos creyendo porque Él es nuestra fuerza y nuestro baluarte. Necesitamos cultivar, fortalecer nuestra fe para disfrutar y apreciar los milagros cotidianos- esas pequeñas cosas bellas- más allá de las calamidades. Justamente, la palabra de este domingo XXIIC nos propone examinar y meditar sobre nuestra fe en Dios; esta fe que es un don que recibimos de Dios y a la vez una misión que supone una disposición a ser consecuentes con los valores que nos comunica nuestro Señor. Él está presente en medio de nosotros porque nos ama y quiere levantarnos, liberarnos, sanarnos, fortalecernos, perdonarnos. Y quiere que nos amemos y nos perdonemos sin cesar.
La primera lectura del libro de Habacuc después de lamentar un aparente triunfo del mal sobre el bien, termina afirmando que, más allá de la desesperación, “el justo vivirá por su fidelidad” (Habacuc 2,4). El justo firme en su fe triunfará gracias a su constancia en la fe, la esperanza y la caridad.
La segunda lectura de la 2 Tim 1,6-8.13-14 invita a vivir la fe sin avergonzarse de Jesucristo, es decir estar siempre dispuesto(a) a manifestar nuestra fe incluso ante los que la desprecian. Y, en el evangelio (Lucas 17, 3b-10) vemos como los discípulos piden fortaleza en su fe para poder vivir el verdadero perdón: “Señor: ‘Aumenta nuestra fe’” (Lc 17,3). Y Jesús recalca: “si tuvieran fe como el granito de mostaza, trasladarían montañas” (cf. Lc 17, 6). Tan solo basta un poquito de fe bien convencida, bien llevada para que vivamos seguros más allá de las tribulaciones de la vida, más allá de la ira, más allá del rencor.
¡En materia de fe, no existe lo imposible! La fe nos une con el dueño de lo imposible, Dios nuestro Señor. ¿Cuál es el grado de mi fe? ¿Cómo la vivo cuando me golpea la vida con dolores y sufrimientos, cuando me defrauda alguien que valoro? ¿Cómo reacciono a las ofensas recibidas? ¿Soy capaz de guardar la serenidad a la hora de las tormentosas dificultades de la vida cotidiana? Tan solo si actuáramos en el nombre del evangelio, solo un poco de fe nos animaría a crecer y construir la esperanza y vivir la caridad, a perdonar y liberarnos de la ira.
Lo esencial de nuestra vida como cristianos es poner a Dios en el centro de nuestras preocupaciones, hacer de Él nuestro mejor y primer aliado. Que podamos decir a cada instante: Dios es y será siempre mi mejor aliado, creo en Él y con Él nada me será imposible, incluso la superación del daño que me han causado. Porque si hay alguien que sabe de nuestros dramas es Jesús, el justo de Dios que fue injustamente condenado en la cruz. Él aceptó esa cruz por amor a nosotros para decirnos que el amor, la fe y la esperanza siempre pueden más. Como Él, estamos llamados a fortalecer nuestra adhesión a Dios, a cultivar nuestra confianza en Dios a pesar y con las dificultades cotidianas. Fuera de nosotros debe estar la ira, la indiferencia; fuera de nosotros el afán de dominar; lejos de nuestro corazón la injusticia y la falta de respeto a los demás, incluso a los que nos han ofendido. Jesús nos recuerda que “reprender por amor” lleva al perdón verdadero, y el perdón es liberador y sanador. Gracias al perdón nos asemejamos a Dios, nuestro Padre. Creer en Dios es desde ya estar dispuesto a vivir el perdón, aunque nos cueste, porque también somos perdonados por Dios en reiteradas oportunidades. Pero, como el camino del perdón es tan arduo y difícil, debemos cultivar y pedir más fe para que Dios nos ilumine en cada momento de nuestra jornada. Que podamos llegar a tener como norma “las saludables lecciones de fe y de amor a Cristo Jesús” (2Tim 1, 13-14). Nuestra misión es ante todo procurar ser humildes y agradecidos de Dios que nos concede la oportunidad de ser sus siervos. ¡Fortalece nuestra fe, Señor Dios nuestro!
P. Bolívar PALUKU LUKENZANO, aa.