Domingo XXX II.A: ¡Permanezcamos vigilantes y despiertos!

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¿Qué hacer para esperar el Reino de Jesucristo que ya viene? El evangelista san Mateo (25,1-13) nos invita, en esta parábola, a mantener viva y encendida la lámpara de la fe con el aceite del amor y de la entrega. Sugiere que en nuestra relación con Dios, debemos disponernos a la sabiduría divina, dejarnos guiar e iluminar por esa sabiduría en todas nuestras acciones, porque su venida puede ser en cualquier minuto.
El libro de la Sabiduría deja claro que “meditar en la sabiduría es la perfección de la prudencia, y el que se desvela por su causa pronto quedará libre de inquietud” (Sab 6, 12-16). Una cosa vale ser subrayada aquí es que no es tanto la búsqueda de la sabiduría lo que importante, sino dejarse encontrar por ella: disponerse a ser digno de la sabiduría”.
Así es cómo el salmista clama firmemente que “tiene sed de Dios, la Sabiduría” que sólo puede apaciguar el tumulto y las tribulaciones de sus fieles: “Señor, Tu eres mi Dios, yo Te busco ardientemente; mi alma tiene sed de ti, por ti suspira mi carne como tierra reseca y sin agua” (Sal. 62, 2-8).
San Mateo reitera que para estar a la altura de contemplar a Dios en su bondad y en su sabiduría, hay que permanecer vigilantes, despiertos, con las lámparas preparadas y con suficiente aceite. Se nos previene que, en nuestra vocación cristiana, no sólo basta con decir que creemos en Cristo. Si bien es importante, no es lo suficiente. Por eso, hay que ir más allá. Es necesario asegurar los medios que permiten que nuestra vocación perdure en el tiempo. Es decir que en todas partes debemos vivir de nuestra fe, alimentarla en la oración, reafirmarla con la lectura de la Palabra de Dios, actualizarla con la vivencia de la caridad y la generosidad.
¡Ojo! Así como ocurre con las vírgenes necias distraídas, el sueño puede agarrar a quienes creen en Cristo. Este sueño distractor puede ser las múltiples actividades de la vida, la comodidad de buscar sólo el interés personal, la tristeza “sin esperanza”, la disconformidad.
¿Cómo no sucumbir antes la fuerza aterradora de tantos distractores de este mundo? o bien, ¿Cómo hacer para que todo lo que vivimos y emprendemos en este tiempo del día del Señor nos prepare a permanecer en el camino de Dios?
San Pablo nos exhorta a no vivir en la “ignorancia acerca de los que han muerto, para que no estén tristes como los otros, que no tienen esperanza. Porque nosotros creemos que Jesús murió y resucitó: de la misma manera Dios llevará con Jesús a los que murieron con Él” (Tes 4,13-ss). Lo esencial de la vida cristiana es y será la esperanza en el Dios de la vida. Para Él y con El, nuestra peregrinación en este mundo vale la pena ser marcada por la permanencia, la fidelidad, la perseverancia vigilante gracias a nuestra fe, esperanza y caridad.

Bolivar Paluku Lukenzano aa