DOMINGO XXVI, B

1873

Amar al distinto porque “él que no está contra nosotros, está con nosotros” (Mc 9,40)…EL DESAFÍO DE INTEGRAR A OTROS/AS

La semana pasada vimos a Cristo proponiéndonos el servicio como el modo de destacarse: “el que quiere ser el primero que se haga el último y el servidor de todos”. Hoy, Jesús siguiendo su peregrinaje a Jerusalén, nos cuestiona: ¿Qué pasa cuando vemos que hay otras personas que hacen mejor las cosas que nosotros? ¿Qué decimos cuando escuchamos a los hermanos de otras religiones? ¿Cómo nos compartamos cuando tenemos un espacio de autoridad? ¿Cuál es nuestra actitud antes los dones y los bienes de este mundos? En el servicio a los demás, ¿sabemos de verdad cultivar la sinceridad y la humildad?

Frente a la pretensión de los apóstoles de impedir a otros de expulsar unos demonios en el nombre de Jesús (Mc 9,38ss), éste replica que “el que no está contra nosotros está con nosotros”. Jesús considera que, valorar los aportes de los demás es reconocer que el Espíritu de Dios no excluye a nadie a la hora de manifestarse. Nadie tiene el monopolio de anunciar el evangelio. Es don para todos y de todos. Los que hacen el bien, incluso sin invocar el nombre de Jesús, contribuyen también a la buena edificación de nuestra comunidad y de nuestra Iglesia. El Espíritu es libre de actuar donde quiere y en quién quiere. Porque todo lo que se hace gracias al Espíritu de Dios sirve para el bien de todos y todas.

Si lo que somos y tenemos es regalo de Dios para nosotros y para todos los demás, lo que
hagamos no debe buscar impedir el crecimiento o la buena fama de los demás. Estar siempre dispuestos a acoger a los que piensan diferente, a los que no alcanzan a estar a la altura de nuestras expectativas es un arte. Es decir que si realmente queremos vivir según el mensaje de Jesús, es preciso que sepamos que entre nosotros nadie sobra. Por eso debemos comprendernos y escucharnos. Ya que para Jesús todos somos importantes y todos tenemos algo que aportar a la construcción de nuestra comunidad y de la sociedad. Lejos de nosotros debe estar la intolerancia, las incoherencias escandalosas frente a los pequeños de nuestra sociedad. Moisés en la primera lectura llama a reconocer que también otras personas que no han estado con él en la carpa del encuentro, también han recibido la infusión del espíritu y pueden profetizar legítimamente. Y en vez de enojarse dice: “Ojalá todos fueran profetas en el pueblo del Señor, porque El les infunde su espíritu” (Num. 11, 29).

Nuestro ser, nuestra vida debe servir para fortalecer la unidad de la familia, de la comunidad, del país. Porque todos somos de Jesús, a El pertenecemos y por Él somos capaces de cumplir bien las tareas que, cada una y cada uno, hemos recibido. Jesús va más allá: “nadie puede hacer milagro en mi nombre y luego hablar mal de mí. Y el que no está contra nosotros está con nosotros” (Mc 9, 38 -43).

De esta manera, todos los que se llenan de sí y los que cómodamente acaparan el privilegio de la riqueza y de los méritos de evangelizar no tienen otra recompensa que el llanto. Es lo que el apóstol Santiago nos dice en la segunda lectura: Ustedes han amontonado riqueza… han condenado y matado al Justo…” (cf. Sant 5, 1-6).

¡Que lleguemos a adoptar un estilo nuevo de vida que caracteriza por la preocupación por el bien del otro y por la aceptación del aporte de otros por muy diferente que sea su punto de vista! ¡Que así sea! (Canto: Cristo te necesita para amar…).

P. Bolivar PALUKU LUKENZANO, aa