Domingo II de Cuaresma, A

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En este segundo domingo de Cuaresma, la liturgia de la Palabra nos lleva a revisar, por medio de la vocación de Abraham y la Transfiguración de Jesús junto a tres de sus discípulos.
La primera lectura de hoy nos aclara que la fe en Dios marca la vida del creyente, transforma su modo de mirar el mundo. El creyente es consciente de pertenecer a Dios. La fe nos lleva a
considerar que Dios es lo único necesario hasta al punto que nos desinstala de nuestras seguridades para considerar a Dios como el único verdadero. El ejemplo de Abraham quien era un hombre ya avanzado en edad acoge, por la fe, ponerse en camino. Al oír la voz de Dios que le pedía dejar sus tierras para seguirlo, no se niega porque confía profundamente en Dios. Abraham recibe una promesa de parte del Señor e incluso confía que Dios cumplirá lo que le promete a pesar de su edad avanzada: “De ti haré una gran nación”, “Por ti bendeciré todas las familias de la tierra.(cf.Gen 12, 1-4). En Abraham, Dios bendice todos lo pueblos. El es nuestro padre en la Foi.
En la segunda lectura (2Tm 1, 8b-10) San Pablo habla de la vocación del cristiano que tiene sus raíces en la vocación de Abraham, pero iluminada y sostenida por la gracia de Cristo: “Dios nos ha salvado y nos ha llamado con una vocación santa, no por nuestras obras sino por su determinación
y por su gracia que nos dio desde la eternidad por Jesucristo” (Ib.9).
El evangelio de la Transfiguración del Señor que leemos hoy nos ofrece una síntesis del misterio de la muerte y de la resurrección de Cristo. La pasión, muerte y resurrección que marca la pauta
de toda vocación cristiana. En esta manifestación gloriosa del Señor se comunica lo que significa la vida que se construye en Jesús: es una vida para la gloria de la resurrección. Incluso el sufrimiento y las dificultades tienen sentido en esta misma línea del resucitar glorioso en Cristo.
En efecto, Jesús se transfigura poco después de haber anunciado que él iba a sufrir, morir y ser maltratado para después triunfar de la muerte, dándonos la posibilidad de llegar a resucitar en El.
Fascinado por el esplendor de la transfiguración del Señor, Pedro manifiesta espontáneamente su admiración: “¡Señor, es bueno quedarnos aquí!”. Eso nos enseña que siempre que estemos con
el Señor va ser bueno. ¡Qué bueno estar en la presencia y la compañía de Jesús! ¡Qué bueno es vivir sabiendo que el Señor está con nosotros y que nunca nos abandonará a nuestra suerte!
Pidamos hoy que, incluso en las tribulaciones de nuestra vida, sepamos confiar en Dios. ¡Que nuestro seguimiento en Él tenga su firmeza! Que Jesús, el Hijo amado de Dios, nos enseñe a fijar
en Él nuestras metas y nuestros anhelos. Que María nuestra buena Madre interceda por nosotros para que no perdamos de vista a Cristo nuestro Salvador.
Cristo transfigurado nos inspire poder transformar la triste realidad de los que sufren. ¡Que contribuyamos a liberar la vida sometida de tantas mujeres que viven el flagelo de la
discriminación y de la violencia. ¡Que Dios haga que nuestra fe se base en la Confianza en Dios, fuente de vida y garantía de felicidad para cuantos creen en Él.

Bolivar Paluku Lukenzano, a. a