DOMINGO XX, A.

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“¡Señor, Hijo de David ten piedad de mí!” “¡Señor, socórreme!” “Yo he sido enviado a las ovejas perdidas de Israel…  no es bueno tomar el pan de los hijos y tirarlo a los cachorros”. Y sin embargo, Señor los cachorros come las migajas que caen de la mesa de sus dueños”. (Mt 15, 21-28).

En el evangelio de este domingo relata el encuentro entre Jesús y una mujer pagana que tiene a su hija muy enferma. En este encuentro contrastan dos cosas: la fe profunda de la mujer cananea representada por sus insistentes gritos a Jesús y la aparente indiferencia del Señor: curiosamente, Jesús no parece hacerle caso. Le responde con un silencio llamativo.

Jesús, en efecto, se encuentra fuera del territorio judío donde había estado anunciando la buena noticia, donde sanaba a tanta gente: “he sido enviado solamente a las ovejas perdidas de Israel” (Mt15,24). Con esta afirmación pareciera que Jesús no quiere hacer ningún milagro en esta región de Tiro y de Sidón. ¿Qué nos quiere enseñar Jesús con este silencio?

Me parece que el Señor quiere mostrar las dificultades que puede tener una comunidad, una familia, un pueblo para acoger a personas distintas y que, sin embargo, no es imposible superar dichas dificultades. El mismo Jesús revierte la situación: de la aparente inatención Jesús pasa a realizar el milagro de sanación de la hija de la señora cananea. Nos enseña que la fe rompe barreras y fronteras de todo tipo. La fe mueve montañas.

Jesús nos enseña que la comunidad cristiana no puede excluir a nadie y que eso no debe ocurrir en ningún ámbito de la sociedad. Él denuncia una situación real: que los cananeos habían sido expulsados por el pueblo de Israel porque no compartían sus mismas costumbres. Tenían otras tradiciones. Pensaban distinto.  

Algo llama la atención en este evangelio (Mt 15, 21-28) es que una mujer forastera reconozca que Jesús es el Señor. Éste no le responde, no porque sea soberbio, sino para reservar este caso como oportunidad de crecer en paciencia y perseverancia. La mujer cananea fue insistente y perseveró en su petición porque le caracterizaba una fe firme. Ella creía que Dios podía hacer algo para que su hija se recuperara; y perseveró y manifestó humildad: es capaz de conformarse con “las migas que caen de la mesa” (Mt15,27).

Jesús comprueba que la mujer cananea tiene mucha fe y que además confía en la misericordia de Dios. Jesús la incluye a la familia de los creyentes, responde a sus clamores, sin importar que ella fuera de otro pueblo, de otra tradición, de otras tierras, de otro país.

 

Nos preguntamos: ¿Tengo tanta fe en el Señor que estoy seguro que Él puede sanarme? ¿Soy perseverante en mi oración incluso cuando parece que Dios me ha dado la espalda? ¿Reconozco que Jesucristo es mi Maestro y mi Señor? ¿Sé acoger y ayudar a las personas sin fijarme en su origen, su raza, su modo de pensar distinto al mío? En la familia, en el trabajo, en la escuela, en el barrio, en nuestro país: ¿qué más podemos hacer para aceptar e integrar las diferencias y superar así las divisiones?

Demos gracias a Dios porque él nos ayuda a volver a confiar en él, en su presencia y su cercanía, cuando nos apresuran las dificultades de la vida.  ¡Que nos ayude a confiar y a saber esperar la hora de Dios! ¡Que aprendamos a ser verdaderos discípulos, confiados en la misericordia de Dios y que sepamos responder a los clamores de los demás, aunque parezcan muy lejanos a nosotros en su manera de pensar, de ver las cosas!

“Señor, ten piedad de nosotros cuando hemos bajado la guardia en la dificultad en la indiferencia, en las barreras de la no respuesta a lo que pedimos a Dios y a los demás”. ¡Señor, Dios nuestro, ¡aumenta nuestra fe!

P. Bolivar PALUKU LUKENZANO aa.