Domingo IV, Cuaresma, B: ¡Alegrémonos! ¡En Cristo, somos salvados!

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Con su manera particular de hacer, Dios por medio de la liturgia, nos conduce hacia la celebración de la Pascua de resurrección. Su amor para con nosotros es tan grande que no le costó nada entregarnos a su Hijo Jesucristo para nuestra salvación. Ante esta solicitud de Dios, nos queda cultivar una actitud de fe: creer es disponerse a que Dios cumpla en nosotros su voluntad, es querer que Dios actúe en nosotros, es dejarse rescatar por Dios. La alianza hecha con su pueblo elegido sobrepasa las infidelidades del pueblo porque Dios se destaca por su misericordia y su bondad.-

La primera lectura del segundo libro de las Crónicas nos demuestra que no siempre le ha sido fácil al pueblo permanecer fiel a la voz de su Dios. En oportunidades, rompió su cercanía con Dios multiplicando cultos a los ídolos. Dice lo siguiente: “Los sacerdotes y el pueblo multiplicaron sus infidelidades, imitando todas las abominaciones de los paganos, y contaminaron el Templo que el Señor se había consagrado en Jerusalén” (2Crón. 36, 14-16). Su fe en el Dios verdadero fue perdiéndose y no hicieron caso a las llamadas del Señor a la conversión. Y, ¿qué les pasó? Lo peor. Fueron exportados de sus tierras, sus casas fueron atacadas por los enemigos. O sea, la infidelidad a Dios tuvo duras consecuencias.

Hoy día, muchas son las excusas que se oyen de parte algunos cristianos católicos que quieren construir sus vidas sin Dios. ¡Qué opción más loca que la de una persona que quiere vivir sin su fundamento! Es cierto lo que canta el Salmo 136. Al haberse olvidado de Dios, el pueblo fuera de su sitio cantaban: “junto a los ríos de Babilonia nos sentábamos a llorar, acordándonos de Sión”. Claro, ¿cómo podían cantar si estaban fuera de sus tierras y muy de lejos de su Dios?

Que nunca nos olvidemos de Dios. Él “es rico en misericordia… nos hizo revivir con Cristo” (Ef 2, 4). Si creemos en Él, aseguramos nuestra vida ante cualquier tempestad. El nos amó tanto que nos llama a la fe, para que creyendo en Él tengamos vida: “Porque tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que todo el que crea en Él no muera, sino que tenga vida eterna” (Jn 3,16). Lo cual quiere decir que si tan solo tenemos fe en Dios, ya tenemos vida eterna, ya estamos anticipando la vida que no tiene término, la vida eterna. Y podemos abrirnos a las realidades que esperamos vivir plenamente después de nuestro peregrinar por este mundo. Dejarnos iluminar por la luz del Espíritu de Dios; dejarnos interpelar por la Palabra de vida nos dispone a entregarnos al servicio de los demás sin reservas, así como Dios se nos ha entregado sin reserva: nos regaló a su único Hijo, para que en Él tengamos la salvación. De allí que, la muerte de Cristo en la cruz, lejos de ser una simple humillación, se entiende como un signo fuerte de amor de Dios por su pueblo. Y en esto radica nuestra fe: en que Dios nos ha amado y nos entregado generosamente a su hijo para sanarnos de las contradicciones y de las desviaciones. ¡Cómo no alegrarnos del hecho que Dios nos ama y nos quiere junto al É! A ver si realmente nuestra fe en Dios es motivo de gozo.

¿Realmente vivimos contentos porque creemos en Dios? ¿Buscamos contagiar a los demás con la alegría de creer en Dios? ¿Qué debemos hacer para que nuestra fe no desfallezca tan fácilmente?

P.Bolivar Paluku, aa