Domingo V, B, Pascua

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“Yo soy la vid y mi Padre el viñador,…

Permanezcan en mí, como yo permanezco en Uds.,

El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto” Jn 15,1ss.

No deja de desconcertarnos el aumento de la violencia en nuestros barrios desprotegidos y los pueblos saqueados, por culpa de la avaricia.

¡Violencias domesticas contra las mujeres y contra los niños, incluso contra los animales! Damnificados de las inclemencias del clima se ven en varias partes de nuestro planeta. La división de las familias y de algunos grupos humanos nos inquieta. La indiferencia religiosa y el no respeto de la vida humana dan que pensar. ¿Qué hacer? Confiar y actuar.

Por la confianza y la mucha fe en Dios y en las capacidades que él nos dado, seguimos creyendo que habrá una solución para cada situación.  Ciertamente que Jesucristo, que nos alegró con su resurrección, no nos dejará solos en este rumbo de la vida.  Y el llamado a vivir la caridad se hace cada vez más fuerte: Vivir en comunión con Cristo, nuestra roca firme, permanecer en él, amarnos unos a otros parece ser la propuesta que nos ayudará a vivir estos tiempos alarmantes como momento de gestación de algo nuevo. Porque detrás de una crisis, detrás de una angustia, detrás de una tormenta hay una esperanza, hay una vida nueva que quiere surgir.

Pablo, después de haber sido perseguidor de los cristianos se nos presenta hoy como un fervoroso anunciador de la Buena noticia de la salvación.  Y no solo eso; él es parte de los discípulos; el ex-perseguidor es ahora un misionero porque no solo anuncia el mensaje a los cercanos, sino que incluso se abre al mundo lejano de los griegos, los gentiles…De la desconfianza, Pablo pasa a inspirar confianza a Bernabé, y por éste a los demás discípulos. Por su amor a Cristo, Pablo se vuelve un puente por el cual el mensaje cristiano entra en el mundo pagano. Con ello, salta a la vista que el amor de Dios no se queda encerrado en ninguna frontera cultural ni personal.

San Juan, en su primera carta (1Jn 3, 18-24) deja claro que, el que cree en el nombre de Jesucristo abraza un camino de amor, de tal modo que nadie puede creer en Dios sin amar a los demás. Y no es un amor teórico: “… no amemos con la lengua y de palabra, sino con obras y de verdad” (1Jn 3).  Ya contamos con el don del Espíritu Santo que nos asiste y nos renueva en la esperanza; con él en el corazón, nuestra fe y nuestro amor por Cristo nos conduce a no desanimarnos. Si Cristo está con nosotros, ¿qué más podemos temer?  Y si permanecemos en Él, ¿acaso no será grande nuestra capacidad de superar y/o de asumir nuestras dificultades? Porque con Él, podemos mucho y, sin Él no podemos casi nada. ¡Permanezcamos en Cristo (, en su amor (Jn15), y nada nos derribará porque en Él, la desesperación y la sicosis pueden ser transformados en lugar de manifestación de la gloria del Dios-de-la-vida abundante!

¡Que el Señor tenga piedad de nosotros y nos libre y que brille su rostro sobre nosotros (sal.66)! ¡Que nos libre de las enfermedades, de la violencia, de la desconfianza del egoísmo! ¡Que nos llene de pasión por el Reino de Dios por nuestra humanidad sedienta de justicia, de paz, de esperanza y de Amor auténtico que moviliza y transforma! ¡Permanezcamos unido a Jesucristo en la escucha de la Palabra de Dios, en la oración y en los sacramentos (Reconciliación y Eucaristía)!

P. Bolivar PALUKU LUKENZANO, aa