Hoy, las lecturas ponen en el centro de la reflexión el AMOR de Dios por nosotros y nuestro legado de vivir y permanecer en ese amor (Jn15, 9-17). Podemos contemplar el amor de Dios para con nosotros en la entrega de Jesús en la cruz, por amor a nosotros (cf. 1Jn4, 10). Dios nos ama como a los hijos e hijas de sus entrañas. Y, cualquier sea nuestra condición, nuestra situación o nuestra vinculación con Él, su amor será siempre nuestro soporte. Por eso, buscamos estar apoyado por Él.
El domingo pasado Jesús nos insistía a permanecer en Él. Hoy continúa y añade un calificativo. No solo permanecer, sino perseverar en su amor y en el amor a los demás para agradar a Dios (Jn 15,17).
¿Quién puede agradar a Dios hasta devolverle su amor infinito? ¿Cómo puede uno mantenerse unido a Jesús en el día a día? ¿Cómo podemos conservar nuestra amistad con él?
Así como, la vida de cualquier hijo debe ser la de agradar a su madre, la de los creyentes aspira a agradar a Dios y a poner en Él nuestra confianza. ¿De qué manera conservar este amor?
El secreto está en hacer nuestros los mandamientos de Dios, los cuales se resumen en el “amor a Dios y el amor al prójimo”. Tal una madre que hace todo lo posible para dar lo mejor a sus hijos(as), “Dios nos manifestó su amor: envió a su Hijo único al mundo, para que tuviéramos vida por medio de Él”. (1Jn 3, 18-24). Como cualquier de nosotros, el Hijo de Dios también nació de una madre. María, la madre de todas las madres, tuvo la misión de llevar ese amor, porque se sintió favorecida y bendecida por el amoroso Dios que quería recobrar su amor por medio de su Hijo, salvador de los hombres y mujeres de este mundo.
Viviendo convencido de que Dios nos ha amado primero, debemos amar a los demás al estilo de Jesús. El mismo Jesús nos dice: “Como el Padre me amó, también Yo los he amado. Permanezcan en mi amor” (Jn 15, 9ss). Permanecer en el Señor, pero, ¿cómo? Cumpliendo sus mandamientos, como Jesús mismo cumple los mandamientos del Padre. Este cumplimiento del mandamiento de Dios es camino de gozo y de felicidad: “para que mi gozo sea el de ustedes” (id.): “Ámense unos a otros como Yo los he amado… no mayor amor que dar la vida por sus amigos… Yo los llamo mis amigos, porque les he dado a conocer todo lo que oí de mi Padre” (id.). “Verdaderamente, comprendo que Dios no hace acepción de personas, y que en cualquier nación, todo el que teme y practica la justicia es agradable a Él” (Hech 10, 25-26).
Dios no tiene otro nombre que el del amor. Él es amor y sólo existe amando, de modo que si queremos vivir desde Él, debemos derrumbar todos tipos de obstáculos entre hermanos. Aprendamos a profundizar en el amor de Dios leyendo la Palabra de Dios (en la Biblia), en la ayuda fraterna y en la participación de los sacramentos.
En el cómo nos tratamos unos a otros se notará la calidad de nuestro amor por Dios, porque seríamos mentirosos si dijéramos que amamos a Dios siendo indiferente a los demás. ¡Que Dios nos dé un corazón abierto para amar y libre para compartir! (Cantemos: “Amar es entregarse, olvidándose de sí, buscar lo que a otros puede hacerles feliz,… Qué lindo es vivir para amar…)
P.Bolivar PALUKU LUKENZANO, a.a