Domingo XXXIII, B (Mc 13, 24-32): ¡Esperando el fin de los tiempos seamos coherentes hoy!

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El domingo pasado reflexionamos acerca de compartir Y dar de corazón, todo lo que somos y tenemos. Hoy nos preguntamos sobre la última venida gloriosa de Jesucristo en el fin de los tiempos. ¿Cuándo venga Jesucristo me encontrará viviendo consecuentemente de su Buena Nueva de salvación?
El evangelio nos presenta unas imágenes llamativas: Se habla del fin del mundo que puede causar temor y fascinación: con la imagen de ver caer las estrellas y ver oscurecerse el sol, la luna. En todo esto, una cosa es segura: es que aunque todo pase, las palabras de Dios permanecerán. El acontecer de Dios en nuestra vida deja huellas de salvación. Eso sí, todo depende de si estamos dispuestos(as) (abiertos/as) a reconocerlo o si estamos cerrados y distraídos en otras cosas poniendo el corazón otras preocupaciones que nos paralizan.
Es tiempo de que nos preguntemos sobre cuáles son estos signos visibles que nos hablan a diario de Dios que actúa en nuestra vida. Por eso, en vez de fijarnos demasiado en la angustia que puede causarnos la imaginación acerca del fin del mundo, es mejor que centremos la atención en la transformación del mundo presente por obra de Dios que lo ha creado y lo mantiene todo con amor. Y nuestra tarea consiste en cuidar y transformar responsablemente, el mundo para bien. Porque, en lo más profundo de nuestro ser llevamos la marca divina que impulsa a continuar la obra creadora Dios salvaguardando la belleza del universo. A lo que estamos llamados hoy es a: vivir vigilantes y alertas, de que a cada instante Dios nos está invitando a la conversión (a recentrar nuestra vida en Jesucristo), a mejorar la calidad del trato, la manera de comunicarnos y de dialogar.
No hay fecha fija para la plena realización o para la transformación total del mundo ni para su fin. Sin embargo, en cada uno de nuestros compromisos de este mundo se tiene que ir transformando en reino de paz y de justicia, un reino de comprensión tolerante. Cada momento es hora de salvación, es decir una oportunidad para entrar en comunión con Dios, para madurar el Reino del amor viviendo a fondo nuestra fe, esperanza y caridad. En fin, esforcémonos a acercarnos a Dios, dejémonos iluminar por su Palabra viva. Vivamos del impulso de su Espíritu de amor y estaremos en su presencia hasta el fin de nuestra historia. ¿Qué tan cerca de Dios estoy cuando hago las cosas, cuando salgo a trabajar, cuando ayudo a los demás o cuando descanso, en la alegría y en sufrimiento?
Permanezcamos despiertos mientras esperamos la venida gloriosa de Jesucristo. ¿Cómo? Participemos activamente en la vida de nuestra Iglesia, de la comunidad. Tomemos tiempo para leer y meditar la Palabra de Dios. Apliquémonos a la oración, reunámonos en el nombre de Jesús para celebrar la Eucaristía y para compartir más sobre nuestra fe, sobre la esperanza y la edificación de una sociedad con rostro verdaderamente humano. Por otro lado, realicemos nuestras tareas cotidianas con la mirada centrada en Dios y con compasión con el prójimo. Pongamos más atención a lo que decimos, a cómo pensamos, a cómo tratamos a la gente, a cómo nos referimos a los demás. Dispongámonos a reconocer, ante todo, que la venida del Reino de Dios es ya una realidad presente, pero que, a la vez está por cumplirse y que alimenta nuestra esperanza en una vida eterna junto a Dios. Y, en las tribulaciones actuales, mantengamos firme nuestra fe, esforzándonos a edificar una familia que dialoga más para felicitarse, para corregirse incluso en los momentos de dificultad. Tomemos tiempo para edificar espacio de valoración del otro y que todos contribuyamos barrios y lugares laborales más pacíficos.
Estemos despiertos y no nos desanimemos. No nos dejemos llevar por un ambiente que quiere vivir sin Dios. Reconozcamos y visibilicemos los muchos signos de vida que hay en nuestro entorno. No dejemos que el individualismo entibie nuestro anhelo ser solidarios.
Dejemos que Dios reine en nuestros corazones. Abrámosle nuestra vida y nuestro corazón y no habrá nada que nos asuste: Porque nada nos puede separar del amor de Dios que nos ha sido manifestado en Jesucristo. Oremos a Dios para que nos mantenga atentos a su presencia, a su acción, a su venida en cada uno de los detalles insospechables. Que el Espíritu Santo nos ayude a discernir correctamente los signos de los tiempos. Que María interceda por nosotros ahora y por los siglos de los siglos.

P. Bolivar Paluku Lukenzano,a.a