Algunas veces el Espíritu Santo trabaja de maneras extrañas y fascinantes. A principios del siglo XIX, una niña francesa llamada Ana Eugenia Milleret creció en una familia que no tenía mayor interés por la religión ni por Jesucristo, pero que le apasionaba la política y la justicia social. Lamentaban las injusticias de un sistema de clases y la miseria provocada por el auge de la industrialización. Para ellos, sin embargo, no había conexión entre estas preocupaciones y el catolicismo que era la religión tradicional de la gente. Les dio esperanza el grito de la Revolución Francesa por la libertad, la igualdad y la fraternidad.
Cuando tenía quince años, los padres de Ana Eugenia se separaron y ella se trasladó a París con su madre, pero poco después tuvo que ver morir de cólera a su madre en una epidemia devastadora. Su padre, la envió después a vivir con parientes cuyo gran interés resultaba ser el dinero y el placer. Sola, lejos de su hermano que había sido su compañero constante, Ana Eugenia se preguntaba sobre el significado de la vida y del amor. Había perdido todo, excepto su fervor por cuestiones sociales y políticas y el deseo de hacer algo bueno por los demás.
Su padre envió posteriormente a Ana Eugenia a vivir con unos primos muy católicos en París. El deseo de su padre era que ella encontrara, casándose, su lugar en la sociedad como tantas otras mujeres jóvenes de su edad. Marie Eugenie encontró estrecha y sofocante la piedad de las primas y aunque no tenía ninguna objeción real al matrimonio, rechazó a todos los pretendientes.
Un día, sus primas la invitaron a la catedral para escuchar un sermón de Cuaresma predicado por un sacerdote famoso por su elocuencia e influencia con la juventud. Su manera de hablar de Cristo y de la Iglesia llevó a Ana Eugenia a su conversión. Descubrió que los ideales de justicia y libertad, igualdad y fraternidad están arraigados en el Evangelio de Jesucristo, que es el Liberador universal y definitivo, y que “la Iglesia posee el secreto de hacer el bien aquí en la tierra”. Y que aunque haya siempre sufrimiento y dificultades, “Dios quiere establecer un orden social en el que ningún humano tenga que sufrir la opresión de otros”.
Menos de un año después, un sacerdote en el confesionario, reconociendo que Marie Eugenia tenía una inteligencia viva y una pasión que podía servir para hacer cambios en la sociedad, pidió verla. La convenció de que la vida religiosa y la educación eran su vocación.
María Eugenia se preparó estudiando y orando y, a los veintidós años, con otras cuatro jóvenes fundaron la Congregación de las Religiosas de la Asunción. Su vida y su trabajo se desarrollaron durante la mayor parte del siglo XIX y las religiosas se expandieron rápidamente a nivel internacional. Ella y las hermanas enseñaron que nuestra fe en Jesús nos impulsa a implicarnos en temas sociales contemporáneos y que toda acción debe fluir de una vida de amor y oración.
Su objetivo era trabajar por la venida del Reino de Dios ayudando a personas como ella a entender el plan de amor de Dios para el mundo y comprometerse con la causa de Cristo. Quería que la Congregación estuviera arraigada en la Tradición, pero abierta y capaz de responder a las necesidades, mentalidades y cuestiones de la época.
La Congregación de las Religiosas de la Asunción fue fundada para trabajar en la transformación de la sociedad por el Evangelio. Las hermanas están consagradas a Dios por votos y dedicadas al seguimiento de Jesús en comunidades contemplativas y apostólicas dedicadas a diversas obras educativas. Su vida contemplativa se nutre de la oración personal y comunitaria (El Oficio Divino), la Adoración del Santísimo Sacramento y el estudio. Su actividad apostólica brota de su vida contemplativa.
La Congregación creció rápidamente y, en la actualidad, las comunidades de Asunción trabajan en 34 países de Europa, África, Asia y América. Marie Eugénie Milleret fue beatificada en 1975 por el Papa Pablo VI y canonizada en 2007 por el Papa Benedicto XVI.
ORACION CON STA. MARIA EUGENIA – OFICIO DE LAUDES
HIMNO: Somos Iglesia en marcha
La Salmodia (Salmos del domingo I)
• Salmo 62: “Pido a Dios el don de la oración continua en un gran desprendimiento de mí misma y de todo soporte humano para apoyarme totalmente en Dios”.
• Cántico de los tres jóvenes AT: “El mundo ha sido creado para Jesucristo y para volver a Dios por Jesucristo”
• Salmo 149: “La alegría de los cristianos es comenzar aquí abajo, lo que se hará durante la eternidad, la alabanza de Dios”
– Palabra de Dios – 1 Corintios 3, 10-11
Como buen arquitecto, con la gracia que Dios me ha dado yo he puesto los cimientos. Otros continúan la construcción; Pero prestemos atención a la forma en que cada uno construye. El fundamento, nadie puede poner otro más que el que ya existe y este fundamento es Jesucristo.
– Respuesta breve:
R/”Sólo existe una piedra angular Cristo Jesús, estamos edificados sobre Jesucristo”.
V/ “En el sufrimiento se fraguan las obras de Dios “
V/ “He sido la primera piedra puesta por su mano”
- Benedictus – NT 2
Antífona: “¡Todo pertenece a Jesucristo, todo es de Jesucristo, todo debe ser para Jesucristo!”
o “Somos pioneros, debemos cavar el surco y sentir el peso de la tierra “.
– Intercesión
Respuesta de la Asamblea: ¡Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre!
1. Acuérdate de Jesucristo, adorador del Padre y Salvador de los hombres en un mismo movimiento de amor filial.
– Concédenos Señor vivir esta unidad: que toda nuestra vida sea para la alabanza de su gloria y salvación de nuestros hermanos.
2. Acuérdate de Jesucristo vivo hoy en su Iglesia, cuyo crecimiento nos es confiado junto con todos los miembros del pueblo de Dios.
– Pon en nosotros, Señor, el amor incondicional de la Iglesia que María Eugenia quería para su familia religiosa.
3. Acuérdate de Jesucristo que vino a vivir fraternalmente en comunidad con sus apóstoles.
– Te pedimos, Señor, por nuestra congregación, por toda la familia de la Asunción, por cada una de nuestras comunidades alrededor del mundo; Por todas nuestras hermanas y hermanos que, desde la fundación, nos han precedido.
Oración
Padre Santo, Tú has revelado a Santa María Eugenia de Jesús el misterio de tu santidad. En su fe renovada, le hiciste comprender que todo honor y toda gloria te son dados por la humanidad restaurada en Jesucristo. Manda sobre nosotros la plenitud de tu Espíritu. Que Él nos haga adoradores en espíritu y en verdad. Y que, de toda lengua, raza y nación, nos convirtamos en un solo pueblo para alabanza de tu gloria por los siglos de los siglos. amén