Ser discípulo de Jesucristo no es un asunto fácil de vivir. Es exigente a pesar de ser muy significativo. Cuando tomamos en serio el servicio de Dios, se nos puede presentar obstáculos de todo tipo. Mientras más cerca de Jesús estamos, también estamos más expuestos a los riegos de ser perseguidos,incomprendidos, cuestionados. En todo caso, no tengamos miedo, invoquemos a Dios para que venga en nuestro auxilio: “Tu eres mi auxilio y mi liberación; Dios mío no tardes” (Salmo 39,18). La primera lectura nos presenta al profeta Jeremías (38, 4-6.8-10) quien es perseguido tan solo porque ha tenido la valentía de denunciar a los ciudadanos que no vivían según el corazón de Dios. La furia de los jefes del pueblo cae sobre él. Se le acusa a Jeremías de buscar la desgracia para el país. Este ejemplo de Jeremías nos recuerda que los que decidimos ser cristianos muchas veces somos incomprendidos; pero debemos ser profetas, es decir que debemos disponernos sin miedo a denunciar todo tipo de injusticia, aunque eso implique que seamos maltratados o burlados por los enemigos de la fe.¿Cuántos males podríamos evitar en nuestro entorno si tan sólo nos atreviéramos a decir algo sobre lo que no anda bien o si pudiéramos resistir frente a la manipulación? ¿Cómo está nuestro nivel de compromiso con la causa de Dios y de su Reino en nuestras familias, en los barrios, en el lugar de trabajo o de estudios? Jesucristo declara que ha venido a traer “fuego y que quisiera que ya estuviera ardiendo” (Lc 12, 49-53).¿Será que ese fuego es el de las guerras o conflictos que asechan nuestro mundo? O, ¿será que ese fuego es lo que divide a las familias y grupos de personas? Si bien esta afirmación de Jesús genera muchas preguntas porque desconcierta; Jesús es quien nos ha dicho que son “felices los que buscan la paz” (Mt5, 9). Y sin embargo, hoy lo escuchamos decir que “no ha venido a traer paz, sino un fuego, división” (Lc 12, 49, 51-53). No ha venido a traer paz paralizante o paz pasiva. A lo que nos quiere llamar Jesús es que en nuestra búsqueda de la paz, a prendamos a luchar contra todas las contrariedades, contra la maldad que no deja ser felices, contra las mentiras instaladas y que distraen a los pequeños. ¡Ha venido a traer fuego! (Lc 12,49). El fuego que Cristo quiere que arda es aquel capaz de purificar la vida de sus seguidores. Es esa capacidad de sacrificio y de entrega que permite purificarse de la codicia, del odio, del egoísmo para defender las propias convicciones hasta las últimas consecuencias, siempre pensando en el bien común. De allí que, el bautismo de fuego empapa de amor sin interés, despojado de auto-referencias, libre de apego egoísta y de las falsas seguridades. La segunda lectura nos ha invitado a “despojarnos de lo que nos estorba, sobre todo del pecado, que siempre nos asedia…” (Heb 12, 1). En este camino no estamos solos ni somos los primeros. Ya lo ha vivido el mismo Jesús quien “en lugar de gozo soportó la cruz sin tener en cuenta la infamia” (ib.). Y, él es quien nos motiva a dejarnos quemar con su amor salvador que nos anima a salir de nosotros mismos para ir al encuentro de los demás. Nos motiva a dejar de lado la indiferencia para imitar a los testigos de la fe como son el santo cura Brochero, san Alberto Hurtado, Madre Teresa de Calcuta, y muchos más que nos han enseñado que, desde aquí en la tierra debemos mirar más allá de la familia y más allá del interés personal, aunque que eso genere rechazo de los nuestros en honor a la vida, a la verdad, al amor. Que Dios nos llene de su paz para que seamos serenos y valientes ante las dificultades de cada día y que sólo nos mueva el amor que nos viene de Cristo.-
P. Bolivar, PALUKU aa.