Domingo XXVIII, C: “¡Ser agradecido es una virtud y dar gracias es una bendición!

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Hoy, la palabra de Dios pone en el centro la experiencia de la sanación (purificación) y del agradecimiento. En dos situaciones, Dios actúa para luchar contra la lepra. La lepra representa uno de los males más aterrorizantes y denigrantes. Y, en otros tiempos, quien se afectaba con la lepra ya no podía compartir la vida con los demás. Vivía aislada de la sociedad. El leproso era considerado como un impuro a quien no había que acercarse jamás. Debía llevar una campana para avisar a los que estuvieran por el camino de modo que nadie entrara en contacto con él. Era una triste realidad de soledad. En la primera lectura (2 Reyes 5,10.14-17) el profeta Eliseo intercede para que Dios pueda sanar a Naamán, un leproso general del rey de Siria. Tenía prestigio y popularidad. Y al ser afectado por la lepra, el rey se preocupa por buscarle ayuda y le pone en contacto con el profeta Eliseo. Este le mandó decir: “vete y lávate siete veces en el río Jordán y tu carne se volverá limpia”(2Re 5,10). Al principio, se enoja Naamán porque estimó que era una burla (2Re 5, 12), hasta ser convencido por sus servidores (2Re 5, 13). “Bajó, pues, y se sumergió siete veces en el Jordán, según la palabra del hombre de Dios, y su carne se volvió como la carne de un niño pequeño, y quedó limpio”(2Re 5, 14). Después de todo eso, él vuelve donde el profeta para dar gracias: “Ahora reconozco que no hay Dios en toda la tierra a no ser en Israel” (2Re 5, 15). En la vida de Naamán, el Señor manifestó su amor y victoria sobre el mal de la lepra. ¿De qué lepra (mal) deseo que Dios me sane hoy? El evangelio según San Lucas pone en escena otro caso de lepra. Esta vez, no se trata de un solo leproso, sino diez. Estos diez hombres se enteraron que Jesús pasaba por sus tierras. Y, motivados por su fe en él, le empezaron a gritar para que él viniera en su auxilio: “Jesús, Maestro ten compasión de nosotros” (Lc 17, 13). Tenían fe de que Él les sanaría. Y, yo: ¿Tengo fe y confianza que el Señor me puede sanar de mis enfermedades, de mis lepras, de mis dificultades? ¿De qué cosa quiero que Jesús me sane y me libere hoy? A la petición de los leprosos, Jesús responde y los sana mientras ellos caminaban hacia los sacerdotes siguiendo su orden. Uno de ellos, un extranjero (Lc17, 18) en esa tierra, entiende que lo que le ha sucedido es obra de Dios. Comprende que Dios le ha favorecido y que corresponde darle las gracias. Lo demostrará a Jesús al postrae ante él. Los nueves otros brillan con su ingratitud y no serán profundamente sanaos. El leproso agradecido, en cambio, “es salvado por su fe”: “Levántate y vete, tu fe te ha salvado” (Lc 17, 19). La medida de los milagros de Dios es la misma medida de nuestra fe y de nuestra confianza en él. Y en la capacidad de dar gracias está el secreto de disfrutar de las bendiciones de Dios porque ¡un corazón agradecido es un corazón bendecido! En el caso de los leprosos, todos fueron sanados de su lepra, sólo uno se acordó de darle gracias. Sólo uno se mostró agradecido. Toda nuestra vida tiene que ser volcada y centrada en una acción de gracias a Dios. Porque, todo lo que somos es un regalo de su amor, incluso, si “sufrimos con él, viviremos con él, si perseveramos con él, reinaremos con él” (2tim. 2, 11-12.). En nuestra vida, ¿somos agradecidos de todos los bienes que Dios realiza a nuestro favor? ¿Somos agradecidos del don de la vida, de la existencia que recibimos de Dios? ¿Qué más puedo hacer para que cada instante de mi vida sea un agradecimiento a Dios y a la vida? “¡Jesús maestro, ten compasión de mí y sáname de la ingratitud dame la actitud de agradecer cada día la oportunidad de existir y de ayudar y de ser ayudado!”

P. Bolívar PALUKU LUKENZANO, a.a.