Domingo III, TO, A: “El Reino de Dios está cerca”(Mt4,17)

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No es casualidad que el evangelista Mateo subraye el hecho que Jesús haya ido a Galilea. Se trata de una tierra de extranjeros, un lugar donde convergían muchas gentes de distintos orígenes. Un lugar, por lo tanto, estratégico. Y es desde allí donde invita a la conversión, es donde Jesús invita a vivir en la luz de Dios.

Con la llegada de Jesús, el “pueblo que caminaba en las tinieblas, contempla una gran luz” (Mt 4, 16). En Jesús se realiza el cumplimiento de las profecías. Y con la luz que brilla en las tinieblas se cumple lo que ya había sido anunciado por Isaías (así como lo hemos escuchado en la primera lectura de hoy). Jesús es Aquel en quien se cumple dicha profecía. Él es la “Palabra”, la Luz de Dios en medio del mundo. Y con ello, llega el gozo y la alegría para el pueblo.

El evangelista Mateo tiene claro que las promesas anunciadas de parte de Dios ya se han cumplido en Jesús. Con Él el Reino se hace presente. En Él, la Buena Noticia no solo se anuncia, sino que se hace vida y se realiza en sanación, liberación, alivio y esperanza.

Ya no tenemos para qué asustarnos porque Jesús es la luz para nuestra historia. Él es la esperanza que alumbra las tinieblas de nuestra vida. Hoy, como siempre, Jesús quiere que seamos también luz para los demás. Para ello, es importante que tengamos nuestra esperanza puesta en Dios ante que en otras cosas. Vivamos acorde al evangelio, tengamos firmeza y valentía a la hora de practicar la caridad. Y, como nos exhorta san Pablo en la carta a los corintios (1Co 1, 10-14ss): “que no haya divisiones entre nosotros, y que vivamos en harmonía”. ¡Que busquemos enmendar los lazos de la hermandad que se han roto!

Nuestro mundo necesita hoy de la luz de la verdad, de la justicia, de la luz de la concordia, de la “acogida” del otro. La luz del encuentro y del compartir. En fin, los cristianos estamos llamados a ser estas lámparas encendidas en medio de la triste realidad de los que sufren y de los  desamparados. Así como Jesús llamó a sus primeros discípulos, hoy, nos llama a que seamos pescadores de hombres (Mt 4, 19). Nos envía a levantar del polvo a los que han sido postergados. Nos envía, Jesús, hoy a que hagamos puente de esperanza para los que son manipulados, los que están violentados en sus derechos y en su ser.

Ser discípulo de Jesús hoy es estar dispuesto a dejarse tocar por él, a dejarnos movilizar por su amor para vivir de él. Dejemos que “el Señor sea nuestra luz y nuestra salvación” (Salmo 26,1), confiemos en su cercanía para con nosotros. ¡Que María Santísima nos ayude a ser fieles al evangelio para que anunciemos el Reino de Dios por nuestras palabras y obras! La Palabra de Dios ilumine nuestras vidas.

P. Bolívar Paluku, a.a.