En este tercer domingo de Cuaresma, la liturgia de la Palabra nos lleva a meditar acerca de la samaritana, aquella mujer que tuvo la dicha de encontrarse personalmente con Jesús.
Mientras caminaba fuera de Judea, Jesús se encuentra en un lugar extranjero, y por lo tanto no muy fácil de enfrentar. El texto del evangelio nos dice que Jesús estaba solo en un lugar público, junto a un pozo donde una mujer ha ido a abastecerse de agua. (v.4-5) Jesús tiene sed y al pedir agua, se inicia una discusión. Digo discusión porque el inicio del encuentro tiene algo de antipatía entre la mujer y Jesús, tan sólo porque los dos tenían puntos de vista distintos y porque pertenecen a dos pueblos distintos: “¡Cómo! ¿Tú que eres judío me pide agua a mí que soy una samaritana?”. Además, los dos hablan lenguajes diferentes: mientras la mujer habla de cubos de agua, del pozo, del trabajo que cuesta subir el agua; Jesús por su lado, aparentemente olvidando que está en un territorio extranjero y reacio religiosamente a lo de su tierra, habla del agua viva, de manantiales interiores y de la vida eterna. Pero, de repente empieza a hablar de la vida privada de aquella mujer, lo cual descoloca a la samaritana que comienza a soltarse para acercarse al tema de Jesús. Es importante la actitud y el manejo que Jesús para llevar a la samaritana a una conversación más de fondo. Hay un mensaje claro de testimonio cristiano para evangelizar. Es decir, para comunicar el evangelio es importante la actitud, el lenguaje y sobre todo la atención y el trato a la otra persona.
En efecto, el ejemplo de Jesús, su trato con la persona, su apertura a lo diferente sin exclusión es admirable. Fijémonos bien en el manejo sutil que utiliza para llevar a la samaritana hacia la transformación: la que al principio era cortante, se suelta cuando siente que Jesús la trata con amor, con cariño y con respeto a lo que ella ha vivido. Hay un encuentro verdadero recién cuando la mujer atiende las preguntas de Jesús. Si bien Jesús partió pidiendo agua, lo central de su acercamiento tenía que ver con llevar a la samaritana a la conversión, a la transformación. Y ese encuentro con Jesús le cambió la vida a la samaritana y su alegría fue aún más.
En este evangelio de san Juan, el encuentro de Jesús con la samaritana nos muestra que Dios nos busca y se la arregla para llevarnos a la conversión. El sabe lo que necesitamos, es consciente de nuestra verdadera sed y responde a nuestra súplica desde el modo que el mismo elige para colmarnos de lo que nos hace falta. El texto del Éxodo en la primera lectura se nos dice obviamente que el Señor oyó los ruegos de Moisés en bien de su pueblo. Y la segunda lectura, llama nuestra atención sobre la verdadera fe en Cristo que nos justificó por su muerte en la cruz: “La prueba de que Dios nos ama es que Cristo murió por nosotros cuando todavía éramos pecadores”. Y así como la samaritana se encontró con la sorpresa del verdadero Mesías, también nosotros en nuestro diario vivir, Dios nos rebusca para cambiarnos y para enviarnos a anunciar la buena noticia a los demás. Si en realidad, Jesús habita en nuestras vidas, somos capaces de transformar no solo nuestra vida, sino también nuestro entorno. ¿Qué impacto tiene en mi vida, en mi familia, en mi barrio, en mi trabajo, en mis estudios, en mi servicio la fe y el encuentro con Jesucristo?
Pidamos la gracia de vivir un encuentro transformador con el Jesús, nuestro Salvador y nuestro verdadero amigo. Qué el mismo nos llene de su presencia y nos anime a proclamar su nombre. Nos reafirme en la fe a la hora de las pandemias y de las dificultades.
P. Bolivar Paluku, aa.