¡Bendita Vigilia pascual, en cuarentena! ¡Cristo ha vencido la muerte, con Él    venceremos, en Él florecen nuestras penas!

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En  esta noche del sábado santo,  contemplamos en síntesis el misterio pascual de la pasión- muerte-resurrección  del Señor por la salvación del mundo entero.

Después de haber contemplado ayer a Cristo en  su Pasión, en esta noche santa revivimos la victoria de nuestro Señor sobre la muerte. Si con la muerte de Jesús un gran silencio reinó sobre la tierra; si con su muerte la tierra se estremeció porque Dios se había dormido. Todo fue para que Él llevara consigo a todos los que duermen en las tinieblas del pecado. Jesucristo experimentó nuestra condición humana, para llevarlo con Él a la resurrección en la vida eterna. 

En la solemne Vigilia Pascual toda la Iglesia se alegra y canta con el triunfo de Jesús. En Él, Dios Padre nos ha demostrado su voluntad de salvarnos; de hacernos entender que la muerte no tiene la última palabra.  Por eso, esta noche es la noche para alegrarse por el amor divino que siempre quiere la vida, la libertad, la alegría, la justicia. 

Muchos gestos que acompañan este festejo son muy significativos: el fuego de la luz nueva, el agua de la vida nueva, la Palabra, la Eucaristía, el pregón pascual… y nuestro entusiasmo de renovarnos con Cristo resucitado.  Este año no vivimos estos gestos como de costumbres, pero profundizamos en su significado desde la intimidad de nuestro hogar, de nuestra comunidad.

Las lecturas de la Palabra de Dios que leemos en la Vigilia Pascual nos recuerdan lo que ha sido la historia de la salvación, historia de la relación de Dios con la humanidad. Desde la creación  Dios ha querido establecer una alianza con las mujeres y los hombres de este mundo. Y cuando estábamos alejados de él, Dios mismo decidió acercarnos a Él por medio de Jesús, quien, tomando nuestra condición humana, nos santificó por la preciosa ofrenda de su cuerpo y sangre; y con  ese sacrificio, se entregó a sí mismo a la muerte en la cruz.  

Los que en Cristo hemos sido bautizados, estamos asociados a su vida victoriosa. Al haber sido sumergidos en el agua, hemos muerto a nuestros egoísmos para resucitar con Cristo a la vida entregada a los demás,  para recobrar el verdadero sentido de la vida. En Él somos realmente dignos hijos e hijas de Dios Padre.

San Pablo en su carta a los romanos (6, 3-11), nos exhorta a andar en una vida nueva y no volver a los vicios que nos alejan  de la vida. 

El evangelio (Mateo 28, 1-10)  nos invita a la alegría: “alégrense”, dice Jesús, “No teman, vayan a avisar a mis hermanos que vayan a Galilea, por allí me verán”; para que viéndome ellos también  tengan vida gloriosa. Nuestra alegría es Cristo resucitado. En Él, hoy, la crisis sanitaria que atraviesa toda la humanidad por la pandemia del Coronavirus no tiene la última palabra.

En efecto, Jesús, anunciado por los profetas, es el cumplimiento de las promesas de Dios para con su pueblo. El es la alegría del pueblo en  los momentos de victoria y el es su fuerza a la hora de la angustia y de la desesperación. Cristo resucitado es nuestra Esperanza y nuestra fortaleza.

Ultrajado y maltratado, Jesús resucita y fortalece nuestra esperanza. Ya no hay lugar para la tristeza ni para la desesperación  cuando ponemos la esperanza en el Señor de la vida, Jesucristo resucitado. Y vivimos el dolor, el encierro, la inmovilidad con ánimo a salir delante de la mano de Dios y con la ayuda de cada uno.

Que este tiempo pascual, tan particular por la cuarentena y la imposibilidad de congregarnos en los templos, sea para cada uno de nosotros una oportunidad de renovación  en nuestra parada ante la vida y una ocasión de unirnos más íntimamente a Jesucristo. Que fomentemos, en la familia, en la comunidad los gestos y signos de vida y de Esperanza en el Señor resucitado.  Con El derrotaremos al mal con el bien, al egoísmo con la Generosidad, al odio con amor…

P. Bolivar Paluku L, aa