En este domingo de Ramos, concluida nuestra larga travesía del tiempo de cuaresma, iniciamos la tan anhelada Semana Santa. Por las circunstancias sanitarias, la viviremos de una manera diferente, en Cuarentena.
Domingo tras domingo hemos ido reflexionando sobre la presencia de Dios en medio de nosotros. Hemos ido descubriendo que Jesús es nuestro Señor-Redentor que ha venido de parte de Dios para reconciliarnos con Él: El mismo es aquel que fue maltratado injustamente para salvarnos del pecado. No se resistió a ninguna de las pruebas que se le presentaron en este arduo camino de la salvación. Bien lo anunció Isaías: “Ofrecí mi espalda a los que me golpeaban y mis mejillas a los que me arrancaban la barba… sé muy bien que seré defraudado” (Is 50, 4-7).
Jesús es el siervo inocente que sufre. Su fortaleza está en la no violencia y en la entrega pacífica a los sufrimientos que conllevan su misión para nuestra liberación.
En efecto, Cristo es el Señor humillado, el rey ultrajado y “basureado”. El, siendo Dios, quiso abajarse, obedeciendo a la fuerza del amor según el proyecto de Dios para bien de nuestra humanidad. Con ello, nos enseña Jesús que él es el servidor que se sabe despojar, que va hasta la cruz donde manifiesta la inmensidad del amor de Dios y su solidaridad con nosotros cuando la pasamos mal. ¿Le fue tan fácil cumplir esta misión? ¿Se dejó vencer por la angustia o por la traición, el abandono en la soledad?
Después de haber vivido con sus discípulos, enseñándoles el camino de la esperanza, Jesús celebra la fiesta de la nueva alianza. Comparte el pan y la copa en signo de su entrega total, para que su memoria quede resonando en los corazones de los que creen en Él. Querrá contar con su presencia en el momento difícil de su vida, pero, casi todos se apartarán de Él. Les suplica que lo acompañe en la oración, pero se dejarán ganar por el sueño. Serán distraídos. Y le fallarán. Jesús está triste y se encuentra solo: los discípulos se han quedado dormidos.
Él deposita su tristeza y su abandono en las manos de Dios; se siente preparado para realizar la misión que el Padre Dios le ha encomendado: muere por nuestra salvación, perdonando así los pecados del mundo incluso los de Judas que lo traicionó.
¿Qué nos enseña hoy este evangelio de la Pasión del Señor? ¿Qué es para nosotros la traición de Judas? ¿He cambiado a Jesús por algunas monedas? ¿Reconozco a Cristo como mi Salvador, hay algo en mi actuar que traiciona a Dios? ¿Cuántas veces me he quedado dormido cuando el Señor me pide algo?
Busquemos un momento de estar con Jesús en esta Semana Santa. Aprovechemos, en esta Cuarentena, todos los ratos de esta semana Santa para recordar todo lo que nos hace falta cambiar y así llegar a renovarnos en Jesús quien con nosotros quiere vencer todos los vínculos de la muerte que nos entristecen.
Quiere liberarnos de la angustia que nos provoca esta “pandemia” del Coronavirus. Con la fuerza de su amor que es más fuerte que la muerte Cristo nos lleva a renovar nuestra esperanza en Dios:
Te doy gracias Señor por entregarte por mí.
Te pido perdón para que me fortalezca mi vida de fe.
Dame fuerza para que yo no te falle ni te traicione…
Jesús quiero que seas mi Señor, que seas mi Maestro.
¡Señor Jesús quiero ser tu testigo y enfrentar la vida, la enfermedad sin miedo!
¡Que tu Pasión alivie mis angustias y me aliente a estar siempre
dispuesto(a) a ayudar a otros (as)
Por tu pasión y muerte en la cruz, fortalece mi esperanza…
Tu que vive y reina por los siglos de los siglos…
P. Bolívar PALUKU LUKENZANO, aa.