Con la Ascensión de Jesús culmina la misión que el Padre le había encomendado. Termina el tiempo de formación de los discípulos y “entra en la gloria destinada al resucitado vencedor de la muerte”. Después de haber sido instruidos por Jesús, los discípulos son enviados al mundo como misioneros para continuar con la misión de Cristo: “Hagan que todos sean mis discípulos”.
Lo que ellos han aprendido junto a Jesús, lo que han experimentado, sobre todo, la experiencia de la resurrección, deben comunicarla para que, también otros sean discípulos. Ellos deben enseñar a guardar “todo lo que Jesús les ha mandado”; es decir que a ellos les toca comunicar a todo el mundo el amor con que Cristo les ha tratado. He allí la misión que hemos recibido como Iglesia la de hacer discípulos Jesucristo mediante la Palabra de Dios, enseñando a guardar lo que Jesús dijo: vivir en la presencia de Dios, permanecer en su amor. La Iglesia forma parte del plan de Cristo de dar continuidad a su misión del anuncio del Reino de justicia, de paz y de vida en abundancia “hasta el fin del mundo”. La Iglesia no está sola para la realización de esta misión. Cristo, el que los envía, promete su presencia continúa: “Yo estoy con ustedes todos los días”.
La presencia de Cristo en la Iglesia, la asistencia de su Espíritu son promesas para aceptar en la fe. Además, esa presencia, continúa a través de los sacramentos. Los discípulos son enviados a evangelizar, pero, también, a bautizar, no en nombre propio o por su propio poder, sino en el nombre de Dios. Es el Padre, el Hijo y el Espíritu en cuyo nombre la Iglesia bautiza, incorporando a los bautizados a su vida divina. Cristo sigue vivo y actuando eficazmente en la obra de la salvación. Sigue perdonando, sanando, alimentando a su pueblo por medio de los sacramentos (signos eficaces de su amor). En este domingo de Ascensión renovamos la certeza de que Cristo está aquí con nosotros y que hoy como ayer nos llama a continuar nuestra tarea de la evangelización en el mundo moderno con todos los medios que Él pone a nuestra disposición.
También renovamos nuestra fe y confianza en esa acción silenciosa, pero eficaz, de Cristo, en su Iglesia, a través de cada uno/a que somos sus discípulos.
En la Ascensión nos alegramos por la glorificación de la humanidad de Jesús, y con ello, la glorificación de nuestra condición de hombres y mujeres. Lo cual nos reconforta ya que nos asegura que la humillación sufrida en las dificultades, en las enfermedades, en la muerte no acaba con nuestro destino de la vida eterna, la vida junto a Dios.
El libro de los Hechos de los Apóstoles describe que el acontecimiento de la Ascensión de Jesús se realiza en presencia de los discípulos, como signo de que en ningún momento Jesús se alejó de los suyos. Así mismo, él no se aparta de nosotros en ningún momento. Su Espíritu Santo nos anima y nos asiste. En fin, la segunda lectura de la carta a los Efesios nos asegura que la gracia divina que actuó en Cristo durante su estadía en este mundo, es la misma gracia la que da fuerza y plenitud a la Iglesia. Señor Jesús, sabemos que está con nosotros, sigue siendo nuestra fuerza, nuestro baluarte… ¡Danos la sabiduría necesaria para que podamos entender nuestra misión: la de favorecer que otros te conozcan y se dejen tocar por tu amor tan cercano y tan misericordioso!
P. Bolivar Paluku, aa