¿Estoy dispuesto a arriesgarlo todo por el Reino de Dios? ¿Está mi vida al servicio del Reino de Dios? ¿De qué debo apartarme para vivir cómo Jesús vivió, amar cómo El amó, perdonar cómo perdonó Él…? ¿Qué me falta para sintonizar mi vida con la justicia del Reino? Danos Señor sabiduría y valentía…
Después de la parábola del sembrador, del buen trigo y de la cizaña que crecen en el mismo campo, hoy Jesús nos recuerda que vivir según el reino es disponerse a dejarse tocar por los valores dignificantes: justicia, verdad, paz, unidad. Es decir, dejarse fascinar por lo que en realidad vale la pena porque nos acerca a Dios y al prójimo.
Jesús nos recuerda que el Reino de Dios se parece a un “tesoro escondido”, a “una perla preciosa” de gran valor; se parece a “una red que se echa al mar y recoge toda clase de peces”, pero donde solo lo bueno se conserva.
El evangelista Mateo (13, 43-52) insiste en hacernos entender que “el hombre que encuentra el tesoro” se la juega para comprar el campo en el cual estaba escondido dicho tesoro. Hace un esfuerzo, hace sus ahorros para poseer el tesoro. ¿Cómo me la juego para alcanzar ser parte del Reino de Dios? ¿Qué esfuerzo hago para hacer llegar el reino de Dios en mi entorno? Y, si el reino de Dios es paz, justicia, verdad, solidaridad, ¿cómo cultivo estos valores en mi vida de todos los días, sobre todo en este tiempo de crisis?
La realización del reino de Dios en nosotros es silenciosa. Su presencia escondida es discreta, sin embargo nos fortalece y vivifica. Jesucristo es el mayor tesoro que podemos tener. Su Palabra, sus ejemplos y enseñanzas son “perlas preciosas” que nos edifican. Él es el verdadero amigo por quien vale entregar la vida. Cristo es el Salvador por cuya sangre hemos sido “comprados para Dios”. Por Él, soy hijo de Dios. Él me ha rescatado de la indignidad del pecado y me alivia día a día de mis angustias. ¿Qué estoy dispuesto a sacrificar para darlo todo por el Reino de Dios, es decir para fomentar unidad, compadecerme de los demás, ser sincero, para pactar con la lealtad, para reconciliar con las demás personas? ¿Qué más debo dejar para que Dios recobre un valor fundamental en mi vida, en mi familia? Cierto es que en nuestra Iglesia, familia de Dios, somos todos llamados amar y hacerlo todo con amor.
En una sociedad marcada por la lucha de poder y las divisiones por intereses mezquinos, Salomón (1Re 3,5.7-12) nos da un ejemplo concreto de lo que significa vivir para el reino que es tener “un corazón comprensivo, que sepa discernir”, “un corazón sabio y prudente”, un corazón grande para amar y entregarse. El jovencito rey salomón no quiso pedir nada para sí, más bien el valor precioso del discernimiento. Por su parte, San Pablo en su carta a los romanos (8, 28-30) nos recuerda que “Dios dispone todas las cosas para el bien de los que lo aman, aquellos que Él amó según su designio”. Este plan amor de Dios es un regalo gratuito que favorece la vida de quienes adhieren a Él con amor porque sienten que Cristo es el centro de sus preocupaciones porque, en Él, han sido salvados. Y con Él hemos sido configurados desde el bautismo. Con excepcional entrega, pagó con su vida para que ya nada nos paralice…
Vivir según el reino de Dios nos lleva a pagar un precio grande mirar las preocupaciones de la vida desde la victoria de Cristo y no limitarnos a los bienes que pasan. Dejarnos mover por la lógica del Reino de Dios es desinstalarnos de los intereses egoístas para vivir pensando en el bien del otro. La preocupación por el otro nos hace cada día semejante a Dios. Dios no se cansa de buscarnos, de pescarnos para sí. Sepamos responder a su reinado con amor, justicia, verdad. Incluso en medio de tantas dificultades, vivamos agradecidos de las pequeñas cosas y de tantas maravillas que hace Jesús en nuestra vida. En los momentos difíciles, ¡sepamos confiar en la divina y bondadosa providencia! Procuremos sostenernos unos a otros con esperanza, para “que venga a nosotros” el Reino de Dios…
P. Bolivar Paluku Lukenzano, aa.