La Iglesia nos invita orar por las misiones. Se nos invita a pensar a la tarea que tenemos todos los cristianos de anunciar la Buena Noticia. De manera particular, nuestra oración se eleva en nombre de todos los que van a tierras lejanas para dar a conocer a Jesucristo. Pertenecemos a Dios y somos su pueblo. A cada uno de nosotros, Dios ha encomendado una doble misión a cumplir. La primera misión es nuestra relación íntima con Taita Dios, ese camino hacia lo más hondo de nuestro corazón; la segunda es la de salir de nosotros para ir al encuentro y comprometernos con la sociedad con la debida coherencia.
La liturgia de la Palabra invita a centrar nuestra mirada sobre la primacía de Dios y nuestras obligaciones cristianas y el cumplimiento de nuestros deberes civiles.
En la primera lectura, el profeta Isaías (Is 45, 1.4-6) muestra que el Señor Dios, por su amor, ha entablado una amistad con nosotros. Nos ha llamado para que caminemos junto a Él. Es así que al dirigirse Ciro, un rey pagano, el Señor afirma: “Por amor a Jacob, mi servidor, y a Israel, mi elegido yo te llamé por tu nombre, te di un título insigne, sin que me conocieras. Yo soy el Señor y no hay otro, no hay ningún Dios fuera de mí” (Is 45, 1. 4-6). ¿Qué nos dice Dios con esto? Que Él nos llama por nuestro nombre ante que lo conociéramos y que Él es nuestro único Dios. Por medio de aquel rey, Dios guio a su pueblo, lo condujo hacia la libertad. Es decir que, sin que nos demos cuenta, el Señor se preocupa de cada uno de nuestros pasos. ¡Vale la pena confiar en Él, ya que Él no cesa de manifestarnos su bondad! En Cristo, Dios se ha revelado y se ha hecho semejante y cercano a nosotros. Sigue actuando misteriosamente en nuestra historia. ¿Qué más nos queda? Corresponder al amor de Dios con nuestra acción de gracias es lo que se nos pide vivir.
El salmo 95 nos invita a “cantar un canto nuevo a nuestro Dios”, que las naciones anuncien su gloria porque el Señor es grande y muy digno de alabanza (cf. Salmo 95). En efecto, alabar a Dios es un deber y un derecho de todo creyente. Darle gracias es abrirse a mayores bendiciones, porque un corazón agradecido es bendecido.
No solo debemos dar gracias a Dios, debemos orientar nuestros más profundos anhelos hacia Él. El evangelio Mt 22, 15-21 nos insta a una doble fidelidad: fidelidad a Dios y a las leyes de nuestras sociedades. Hemos de procurar dar a Dios lo que le pertenece, eso es rendirle honor al dueño de todo, al que con cariño nos levanta: dejar a Dios ser Dios para que venga su reino y para que se cumpla su voluntad. Pero, nuestro honor a Dios nos ayuda a la vez a ser caritativo con los demás con quienes compartimos el destino de construir un mundo mejor. De allí que hemos de “darle al Cesar lo que es del Cesar, a Dios lo que es de Dios” (Mt 22, 21).
Sin mezclar la fe con los asuntos terrenales, esta fe puede iluminar nuestros compromisos y acciones en este mundo. En virtud de nuestra fe, podemos llevar mejor nuestros compromisos sociales. – ¿Cuánta gente en este mundo se dicen creyentes y parece no importarles tanto que el Cesar le quite la primacía a Dios y a los más humildes de sus hermanos(as)? Y, ¿Cuántos hay que se dicen cristianos y no respetan las normas sociales ni colaboran para mejorar las estructuras de su sociedad?
San Pablo en la segunda lectura (1Tes1,1-5b9) nos exhorta a saludarnos con palabras de paz, a vivir y manifestar nuestra fe con obras: “…tenemos presente ante Dios nuestro Padre, cómo ustedes han manifestado su fe con obras, su amor con fatigas, y su esperanza en nuestro Señor Jesucristo con una firme constancia” (cf.1Tes 1, 1-5). ¡Dios nos ayude a ser misioneros en cada momento y en todo lugar, anunciando su amor en todo lo que hagamos, digamos, decidamos o proyectemos! ¡Qué María Santísima interceda por los misioneros que trabajan en tierras lejanas y que el Espíritu Santo susciten en los jóvenes el anhelo de dedicarse a la misión!
P. Bolivar Paluku, aa.