DOMINGO VII, C: Ser misericordiosos como nuestro Padre Dios

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Mientras que la soberbia genera violencia y los conflictos causan tristeza y dolor en las familias y en el mundo; mientras que la falta de perdón y al afán de vengarse termina en sufrimientos insoportables, en este séptimo domingo del tiempo litúrgico, la palabra de Dios nos invita a la misericordia, a la generosidad y al perdón sin límite. Nos llama a amar a cada ser humano sin mirar a quien.

En la primera lectura, se nos presenta a David perdonando a Saúl, rey de Israel quien era su rival ante el trono. Saúl perseguía a David para liquidarlo por envidia; David al encontrar a Saúl dormido, le perdoné y no lo mató. Le perdonó porque Saúl era el ungido de Dios, rey puesto por Dios al frente de su pueblo: hoy te ha entregado el Señor en mis manos, pero no he querido alzar mi mano contra el ungido del Señor. Es un ejemplo de que es posible no buscar hacer daño a los que nos odian.

Con el Salmo 102, comprendemos que Dios es bondadoso con todos. Perdona sin cesar. No toma en cuento los delitos. Su misericordia es sin condición. Dios es amor y por su amor nos perdona siempre.

En el evangelio, Jesús nos llama hoy a amar a nuestros enemigos. Difícil tarea, cierto. Pero es posible si osamos superar el daño. Es un modo de ponerse en el lugar del otro en vez de cargar con el peso de la ofensa. No se trata de borrar la falta que me han cometido, es atreverse a levantar la cabeza y caminar sin quedarse atrapado en el daño. Es liberarse y dejarse sanar por el perdón. No es olvidar; es mirar de una manera diferente a la otra persona, sin ánimo de vengarse ni querer causarle el mismo daño.

Y es aquí donde el cristiano debe distinguirse de los que no han conocido a Dios. No debe obrar con la manera de los pecadores o los que no conocen a Jesús. En efecto, por haber nacido de nuevo, desde Cristo, revestimos también una forma nueva de relacionarnos. Es un imperativo para el discípulo de Jesús, abstenerse de vengar la ofensa recibida. Solo la fe, la esperanza y la caridad nos ayudarán a responder adecuadamente a este llamado de vivir el perdón y de tratar con benevolencia a los que nos intrigan. En realidad, el desafío está en vencer el mal con la fuerza del bien.

Demos gracias a Dios que nos ama y nos perdona siempre. Alabémoslo porque nos asegura la libertad de corazón incluso en las tormentas de las calumnias, de la persecución y de la incomprensión.

Gracias Señor porque al perdonarnos nos ayuda a poder vivir libre de rencor. Gracias a nuestro Dios porque nos capacita a ser buenos y a tratar bien a todos sin esperar nada a cambio. Gracias porque tu bondad y tu generosidad con nosotros dura por los siglos de los siglos…

P. Bolívar PALUKU LUKENZANO, aa.