Cuando nuestro mundo está plegado de prejuicios, acusaciones, y sospechas de diversos tipos; cuando el valor de las palabras parece perderse en el aire, cuando muchas promesas no corresponden con las obras de quienes las realizan, la Palabra de Dios de este 8°domingo nos invita a la coherencia entre palabra y obras. Implica armonizar el discurso, la mirada, la palabra con nuestro obrar y nuestro pensamiento. Se trata de velar a que nuestros sentidos coincidan con nuestras convicciones. Es cuestión de estar consciente de lo que el corazón nos inspira. Es abstenerse de juzgar a los demás y tratarlos con delicadeza y respecto. Y, sino: “¿Puede acaso un ciego guiar a otro ciego?
Jesús llama a corregir primero los defectos propios antes de pretender cambiarle la vida a medio mundo: “sacar la viga” del ojo propio para ver la paja en el ojo ajeno (Lc 6, 42). Es decir, tener una mirada lucida y correcta sobre nuestras limitaciones, superarlas para después ayudar a los demás. Un ciego no puede guiar a otro ciego cuando no se da cuenta de su propia ceguera. ¿Cuánta ceguera e hipocresía no vemos hoy que hoy?
De alguna manera, somos ciegos de nacimiento y necesitamos la sanación de nuestra ceguera para poder orientarnos y ayudar a otros. Heridos de distintas formas, precisamos aceptar nuestras heridas, cicatrizarlas para poder atender eficazmente a los demás. Como discípulos de Jesús, si nos dejamos liberar e iluminar por nuestro Salvador, Hijo de Dios y del carpintero de Nazaret. Así, podremos llegar a dar buenos frutos, desde la fortaleza que de Él recibimos. Por lo contrario, si no nos dejamos iluminar por Jesús no alcanzaremos a producir buenos frutos. En fin, el cristiano que se deja vivificar por Cristo, es capaz de transformar su propia realidad y la de los demás para bien de todos.
Los defectos que tenemos, el cerrar el corazón al mensaje de amor de Dios puede impedir llegar a ser auténtico instrumento de la misericordia de Dios, por muy buen discurso que se tenga. Para ser reflejo de la bondad de Dios es necesario abrirse a su amor con sencillez y con sinceridad. Sino, se corre el riesgo de aparentar ser mensajero de Jesús mientras la vida y las obras no se acercan ni por si acaso a la Buena Noticia del reino. Triste realidad es la de quien pretende guiar, controlar a los demás mientras la incoherencia de su comportamiento, la falsedad de su trato con la gente contradice la verdad del evangelio centrado en el servicio para la liberación de todo lo que oprime a las personas.
El salmo 91 nos invita a cantar y alabar el nombre del Señor, a darle gracias por su fidelidad. Porque Dios es fiel. Es cercano y misericordioso. Nos acompaña sin cesar. Es bueno darle gracias al Señor (salmo 91, 2). Llenemos nuestro corazón de gratitudes y agradecimientos a Dios y todos los que nos acerca a su amor: “¡Demos gracias a Dios que nos ha dado la victoria por nuestro Señor Jesucristo!” (1Cor 15,57). Llenemos el corazón de las actitudes de Jesús para que nuestra boca, nuestra visión, nuestros propósitos lleguen a reflejar nuestra coherencia de vivir centrados en su mensaje de paz y de justicia…
P. Bolívar Paluku L., aa.