Domingo XXV, T.O, C

617

En este domingo XXV del tiempo común  de la liturgia, se nos invita a reflexionar sobre nuestro modo de relacionarnos con los bienes y el uso que hacemos del dinero ¿Qué criterios utilizamos para actuar en  la vida? ¿Cuáles son  nuestras motivaciones a la hora de realizar algo en la vida?

El  profeta Amos (8,4-7) en  la primera lectura denuncia a los negociantes que, intencionalmente, se enriquecen injustamente,pisotean  a los pobres y, recalca que Dios no dejará  que se siganaprovechando de ellos.  El salmo (112) del día invita a la alabanza para el Señor Dios porque levanta al pobre de la miseria y del polvo.  

En  el evangelio (Lc 16,1-13)  se nos recuerda que: Ningún servidor puede servir a dos señores.  El que es fiel en  lo poco lo será también  en lo mucho.

Jesús nos narra hoy la experiencia de un hombre rico que quiere arreglar sus cuentas con el administrador. Éste se las arregla para su conveniencia personal. Con astucia, perdona las deudas. Se gana a sus amigos en  la vida terrenal. Pero, Jesús quiere invitarnos a no apegarnos a los bienes de este mundo.  Aclaremos una cosa. No es que Jesús esté contra los negocios, lo que quiere es que se hagan bien  y con  buena intención. Para él,  todos estos bienes deben servirnos para encaminarnos hacia el Dios de la vida, al Dios que nos ha preparado vivir para siempre.

Lo que tenemos y somos no nos pertenece en absoluto. ¡Qué raro!  ¿No? Si lo hemos ganado con nuestro esfuerzo. ¿Cómo que no nosva pertenecer? Claro que aunque todo lo que alcanzamos a ser  y a realizar sea fruto de nuestro sudor, sólo ha sido posible porque es don del Altísimo Dios que además nos conoce en lo más profundo de nuestras intenciones, incluso cuando queremos falsificar la medida para engañar a los demás y ganar más de la cuenta,  Él,  el invisible omnipotente, allí está enterándose de todas nuestras acciones: “Jamás olvidaré ninguna de sus acciones” (Amos 8,7).

Si queremos vivir felices en todas nuestras realizaciones, Jesús nos pide que seamos correctos, sinceros  y auténticos ante los ojos de Dios, no sólo antes los hombres de este mundo.  Y, san  Pablo (1Tim 2,1-8) nos da su ejemplo mientras afirma que Dios le ha elegido como apóstol y heraldo del evangelio. Nos dice: “digo la verdad, no miento. Por lo tanto que los hombres oren constantemente elevando las manos al cielo con  recta intención (1Tim2, 2).  De aquí la pregunta de saber: ¿actúo siempre con recta intención (con honestidad) o sólo queremos quedar bien ante los ojos del mundo?

En esto, Jesús es bien claro: Cuando nos toque rendir cuenta a Dios no habrá espacio para la mentira,  para la doble vida, para el engaño. Es decir, sólo la verdad que está en nuestro interior es lo que interesa a Dios.

“El que es fiel en lo poco,  también  lo es en lo mucho y el que es deshonesto en  lo poco también es deshonesto en lo mucho” (Lc 16, 10).

En  todo,  tenemos que elegir: ¿servir a Dios o al dinero? ¿Busco el dinero como fin en sí mismo o solo como medio?

¡Que nada nos aparte de Dios: ni el dinero ni el afán de quedar bien con  los demás, ni el anhelo de ganar más de lo que nos corresponde!¡Que el uso del dinero nos ayude a hacer el bien, a ser solidarios con justicia! En fin, si necesitamos el dinero para vivir, su uso debe ayudarnos a ganar amigos para la vida, a cultivar buenos tratos y a favorecer que surja la vida. Busquemos hacer siempre lo que es “agradable a los ojos de Dios,  nuestro Salvador,  porque Él quiere que todos los hombres se salven y lleguen  al conocimiento de la verdad” (cf. 1 Tim 2, 1-6).    Alabemos a Dios en todas nuestras acciones porque vive y reina por los siglos de los siglos. ¡Así sea!

P. Bolivar Paluku Lukenzano, aa