Domingo XXXIII, C: SER CONSTANTES y ESPERAR SIN MIEDO EL DIA DEL SEÑOR

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La segunda venida de Cristo ocupa el centro de la meditación de este domingo. Si ya el domingo pasado reflexionamos acerca del tema de la resurrección, hoy, el “día del Señor” ocupa un lugar central. Es un hecho que “el Señor ha de venir a juzgar los vivos y a los muertos al fin de los tiempos” (cf. Credo). Creemos que estamos en marcha hacia la patria celestial mientras esperamos el día del Señor, el día final, el día de la venida gloriosa de Cristo que viene a “gobernar a los pueblos con justicia” (Salmo 97, 8-9).  Quiere decir que este mundo, nuestra historia terrenal tendrá fin. Se acabará. Y vendrá un tiempo de Dios. Un tiempo de eternidad y de felicidad plena. 

Los discípulos preguntan a Jesús: “Maestro, ¿cuándo tendrá lugar ese fin de los tiempos? Jesús les dijo: “No se dejen engañar, tengan cuidado” (Lc 21,8). La llegada de ese día final es imprevisible. En el evangelio (Lc 21,5-19) Jesucristo, el Señor, quiere corregir nuestra visión sobre las cosas de este mundo y su duración. A la vez, nos previene sobre la importancia de no quedarnos fijados en las realizaciones pasajeras. En efecto, muchos son los bienes y obras hemos realizado en nuestra historia. Y nos da gusto contemplarlos porque nos enorgullecen y nos satisfacen. Sin embargo, el evangelista Lucas pone en cuestión todas estas sensaciones de éxito definitivo en nuestra historia y nos recuerda que, porque tenemos el llamado de Dios a vivir eternamente con Él, hemos de proyectarnos más allá de este mundo. En este mundo todo pasa. Habrá fin del mundo. Las calamidades, las guerras, violencias e incertidumbres son signos que preceden ese fin. Pero, no nos equivoquemos a la hora de interpretarlos. Cuando pasen esas catástrofes, terremotos y desordenes de todo tipo: mantengamos la calma, permanezcamos cimentados sobre Cristo, nuestra “Roca Salvadora”. Reafirmemos nuestra fe, esperanza en Dios. Porque perdura como el fundamento que nunca falla. Y, como dice Jesús ni las persecuciones, ni las adversidades, los problemas, las dificultades, podrán acaecer nuestra esperanza en un “nuevo mundo”, en el día del Señor que es un día de justicia para los que seguirán vigilantes hasta su llegada.

En la primera lectura del Profeta Malaquías (3,19-20ª) anunci+o que ya llega el día del Señor. Será un día arrasador. Consumirá los que no viven acorde a los caminos de Dios. Los justos, los que son generosos, en cambio, brillarán como el sol. La condición para estar a salvo de la perdición eterna es “temer a Dios”, vale decir respetarlo con un cariño reverencial, y darle su lugar correspondiente en nuestras vidas.

El salmo 97 nos recomienda esperar al Señor “con grito de júbilo”: ¡Que la alegría y el gozo marquen nuestra espera del día del Señor!

La 2ª carta de San Pablo a los Tesalonicenses (2Tes 3,6-12), en la segunda lectura, nos plantea una serie de actitudes que debemos cultivar mientras esperamos la llegada del día del Señor: evitar la pereza, no vivir como parásitos (a costa de otros); en fin, trabajar en paz día y noche para ganarse su pan y para hacer visible el Reino de Dios que está ya en medio de nosotros y que esperamos que se cumpla plenamente. Y, en esto insiste el apóstol san Pablo: “el que no quiere trabajar que no coma” (2Tes3, 10). 

¿Qué hacer para no desfallecer? “Gracias a la paciencia, la constancia salvaremos nuestra alma” (2Tes 3, 19). Salvar el alma contra toda corrupción, disponerse a entrar en la vida eterna que ya estamos anticipando aquí, pero que se realizará plenamente con la llegada de Jesús, he allí la tarea. ¡Que Dios nos regale fidelidad, paciencia, perseverancia y humildad! ¡Que nos libre de la vanidad y de la codicia en nuestra relación con el mundo y con nuestros semejantes! ¡Que nos libre de la superficialidad y mantenga audaces, afín de preservar el bien común y sostener el anhelo de vivir para siempre en comunión con Dios!

P. Bolívar PALUKU LUKENZANO, a.a