“Pondré sobre sus hombros la llave de la casa de David: lo que él abra, nadie lo cerrará; lo que él cierre nadie lo abrirá. Lo clavaré como un trono de gloria para la casa de su padre” (Cf. Is 22, 19-23)
“Tu amor es eterno, Señor”, reza la antífona del salmo que meditamos en este domingo y que dice: “Te doy gracias, Señor, de todo corazón, te cantaré en presencia de los ángeles… Daré gracias a tu nombre por tu amor y por tu fidelidad, porque tu fidelidad ha superado tu renombre… El Señor se fija en el humilde y reconoce al orgulloso desde lejos. Tu amor es eterno, Señor, ¡no abandones la obra de tus manos!” (Sal. 137, 1-3.6.8).
Jesús el Hijo del Dios de amor y de ternura nos pregunta hoy así como lo hizo con sus discípulos: “Y, ustedes, ¿quién dicen que soy? A lo que respondió Pedro: “Tu eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo” (Mt16, 16). Y Jesús le dijo: “Feliz de ti Simón, hijo de Jonás…tu eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder de la muerte no prevalecerá contra ella” (Mt 16, 17). Este dialogo de Jesús con sus discípulos, y con la atinada respuesta de Pedro nos desafía hoy para recordarnos que la fe es necesaria para captar el actuar de Dios en nuestra vida. Él es quien nos revela la respuesta justa a su amor. Que en realidad, nuestra relación con Dios es un disponerse al corazón de Dios que quiere integrarnos en su cariño a fin de salvarnos. Y, a lo que a ti concierne: ¿Quién es Jesucristo para ti? ¿Qué lugar ocupa en tu familia?
Este texto del evangelio (Mt16, 13-20) deja claro que la base de nuestra fe es el mismo Dios quién en su Hijo ha manifestado su solidaridad con nosotros. La fe en Jesús, Cristo e Hijo de Dios es don. La fe en Cristo es mucho más que una convicción humana. No es una opinión humana, no es un sentimiento humano, es un regalo que da Dios-Padre a los que Él ama. Por su infinito amor, Dios suscita el don de la fe y él mismo la sostiene.
La confesión de fe realizada por Pedro ante Jesús en quien reconoce como el “Mesías, el Hijo de Dios vivo”, muestra el papel de Pedro, su lugar especial entre los demás apóstoles, es algo que le viene de Dios. Dentro de los apóstoles, Pedro adquiere un lugar especial. Jesús le cambian de nombre como signo que le recibe una misión especial: de Simón pasa a ser Pedro, la piedra sobre la cual edifica su Iglesia: “Tu eres Pedro y sobre esta piedra estableceré mi Iglesia” (Mt16, 18) con la misión de confirmar en la fe a los demás discípulos y la tarea de atar y de desatar, de librar del mal camino y conducir al amor de Dios los que se alejan de él. Hoy este servicio de confirmarnos en la fe, la tiene el mismo Papa, como sucesor directo de San Pedro. Y, en comunión con él, los obispos y sacerdotes cumplen con la misión de desatar de nuestros corazones lo que nos lleva lejos de la ternura de Dios. ¿Nos dejamos desatar por la caricia de la misericordia de Dios que los servidores de Cristo deparan en el sacramento de la Reconciliación?
Pidamos, hoy y siempre, que Dios confirme nuestra fe contra las tribulaciones. Que Él mismo asista a sus servidores, en especial a nuestro querido Papa, y a todos los que creemos en Cristo que nos ayude a vivir de su sabiduría. Así podremos decir con firmeza: “¡Que insondable y llena de riqueza es la sabiduría de Dios! ¡Qué insondables son sus designios y qué incomprensibles sus caminos! ….Porque todo viene de Él, ha sido hecho por Él, y es para Él. ¡A Él sea la gloria eternamente! Amén.
P. Bolivar Paluku Lukenzano, aa