Homilia Domingo XXVII, A

1888

En este mes de octubre, la Iglesia nos anima a centrar nuestra oración  sobre la familia. La Iglesia es una familia y cada “familia es una Iglesia doméstica” donde se aprende a conocer y amar a Dios y a servir a los demás. ¿Qué lugar ocupa Dios en nuestra familia? ¿Con cuanta confianza nos encomendamos a Él?¿Acaso vivimos convencidos de ser familia de Dios, en qué se nota eso?

El evangelio  nos habla de la viña y sus cuidadores codiciosos. La viña representa el pueblo de Dios. Los cuidadores avaros e ingratos son los que ignoran el cariño con que Dios los quiere.  En efecto,  los cuidadores que quedaron a cargo de la  viña se vuelven homicidas: matan a los enviados del dueño  y a su hijo. Estos  cuidadores representan a aquellos miembros del pueblo de Dios que despreciaron a los profetas,  los mataron  y llegaron incluso a matar al mismo hijo de Dios, Jesús, nuestro Salvador y Liberador. ¿Qué hacer para no caer en tal error?

La primera lectura del profeta Isaías (Is.5, 1-7) ya hablaba de esta realidad de situarse ante Dios como trabajador de su viña: con obediencia y disposición dar cuenta de lo que me ha regalado. Isaías describe la historia de Israel como la de una viña del Señor que tenía en  una tierra fértil y de ella esperaba una vendimia abundante.  Sin  embargo,  no pasa así porque no todos fueron fieles.

El evangelista Mateo (21, 33-43) quiere recordarnos que somos esta viña del Señor. Él espera de nosotros una buena cosecha. Por mucho tiempo Dios nos ha preparado el camino para que en nosotros su palabra produzca sus mejores frutos y para que seamos capaces de dejar que Jesús coseche de lo que Dios nos ha regalado. Nos envía sus servidores, sus ministros para que demos cuenta del amor que recibimos de Él y los talentos que él nos ha entregado. ¿Somos  capaces de vivir agradecidos de ese Dios que nos lo ha dado todo? ¿Estamos dispuestos a colaborar para que los frutos de su amor sean compartidos con otros o nos guardamos todo para nosotros sin tener en cuenta a otros?

El evangelio puede ser aplicado a cada una de nuestras vidas, a nuestras familias.  En fin, Dios no cesa de acercarse a nosotros para ver cómo estamos cultivando sus dones que nos regala. Él espera que, cada vez, haya comprensión y dialogo en  la familia, que nos escuchemos mutuamente y sepamos compartir y perdonarnos.  Nos pide de entregarle lo que hemos producido. A veces, los caminos en los que nos lleva Dios pueden ser diferentes a lo que tenemos planificado. Y debemos desapegarnos de nuestras seguridades para aferrarnos sólo a Dios para que él haga de nuestras vidas lo que sea su voluntad.

Por eso la segunda lectura (Flp4, 6-ss) nos invita a recurrir frecuentemente a Dios, a la confianza, a la gratitud.  ¡Que en este día sepamos ser agradecidos de Dios, el Señor y dueño de la vida que quiere reinar en nosotros y quiere que le atendamos en el prójimo, en el desvalido, en cualquier ser humano que se nos cruce por el camino!

Padre Bolivar Paluku, a.a.