V domingo de cuaresma, C: ¡Transformar la dureza de corazón en ternura liberadora!

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En este quinto domingo, la palabra de Dios nos cuestiona. Llama a ser compasivos. Nos invita a contemplar la misericordia y el perdón infinito de Dios. En Jesús, Dios está determinado a hacer nuevas todas las cosas. La parábola del hijo prodigo que el domingo pasado meditamos nos mostró que para Dios el amor y el perdón son inseparables. Nos ama tanto Dios que nos insta al arrepentimiento y a la humildad. El perdón y la exigencia a no volver a pecar marcan la reflexión del evangelio que meditamos hoy. Jesús perdona a la adultera, le salva la vida y la advierte.

La primera lectura del profeta Isaías, en su capítulo 43, nos da a conocer que Dios es capaz de producir muchos cambios en nuestra vida.  Tal es así que nos dice el Señor por boca de su profeta: “haré brotar agua en el desierto y ríos en la estepa, para dar de beber a mi pueblo, mi elegido, el pueblo que Yo me formé para que pregonara mi alabanza” (Is. 43, 21).  Lo anterior nos confirma que Dios es capaz de operar obras grandes de modo que merece la alabanza de su pueblo. Dios es siempre novedoso y es capaz de operar cambios fuertes en nuestra vida.

San Pablo parece haber captado ese inmenso amor de Dios en la vida de cada día. Por eso dice claramente que “todo le parece una desventaja comparado con el inapreciable conocimiento de Cristo” (Flp 3, 8ss) en quien se apoya su fe.  Es ese Jesús quien es capaz de revertir el fuerte momento de condena en una ocasión de liberación y de perdón. Bien vemos en el evangelio de hoy (Jn 8, 1-11).  Frente a la mujer condenada por adulterio los fariseos y escribas, Jesús, sin embargo, se muestra clemente y compasivo.     

 Frente a la aplicación de la ley, Jesús quiere dejar en claro que, en vez de condenar a otros es bueno revisar la propia conciencia: “Aquel que no tiene pecado, que arroje la primera piedra” (Jn 8,7). Y como nadie se atrevió a arrojarle una piedra a la acusada, Jesús la libera perdonándole sus pecados, porque los más fervorosos en acusar se fueron retirando sin palabra ni argumento “comenzando con los más ancianos” (Jn8,9). Jesús, quedándose solo con la pecadora, le exhortó no volver a pecar. Admirable es la actitud de Jesús: no condena, no denigra al pecador; lo respeta y le da la oportunidad; pero también advierte y llama a perseverar en la búsqueda del bien. Anima a la constancia en el buen camino.

            En nuestro diario vivir, Jesús se compadece de nosotros y no cesa de perdonarnos. Nos saca del peligro de muerte y nos alivia de todo tipo de acusaciones y calumnias.  Él nos perdona cada vez que, con arrepentimiento, nos acercamos a él, y, sostiene nuestra determinación de no pecar más, de esforzarnos a evitar lo más que podamos el mal.

Es claro que nunca será de Dios la actitud de condenar, bien al contrario, la acogida y la comprensión compasiva repletan su corazón.

Pidamos que, en este tiempo precioso de cuaresma, sepamos ser trasparentes ante Dios y que aprendamos a no juzgar, sino a saber comprender y a corregir con amabilidad a los que se equivocan. Que Jesús nos ayude a no meternos tanto en la vida ajena, a buscar transformar nuestra dureza de corazón en ternura. ¡Que vivamos el perdón que nos libera y libera nuestra vida del dolor innecesario!

P.Bolivar Paluku L, aa.