DOMINGO II de Pascua B: ¡Creer en el amor de Dios incluso sin pruebas!

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Este segundo Domingo ha sido considerado por San Juan Pablo II con el Domingo de la Misericordia. Cristo resucitado es el Rostro misericordioso de Dios Padre. Se nos aparece y nos regala su paz. Sus signos de la resurrección siguen presentándose en nuestro mundo de hoy y en cada una de nuestras vidas. 

La primera lectura de los Hechos de los apóstoles (4,32-35) remarca la fuerza de la unidad entre los primeros: ponían todo en común y para bien de todos. El compartir de las cosas era un testimonio de la resurrección de Cristo. Todo se fundaba en el amor. Amor fraterno que llegó a ser la primera prioridad de la comunidad de los creyentes de la primera era. Nadie sentía como propietario de los bienes que poseía. Se entendía que todo lo que cada uno tenía era un regalo para compartir con cualquier otro ser humano en quien se descubre un hermano, una hermana. 

La nueva alianza instaurada por Cristo hace sentir que todos somos hermanos. Y que debemos tener “un solo corazón y una sola alma orientada hacia Dios” (Hch 4,32). 

San Juan nos recuerda, en su primera carta (5,1-6) que Jesucristo es verdaderamente el enviado de Dios; Jesús es plenamente hombre y plenamente Dios y él que cree en él ha conocido a Dios. Eso sí: Creer en Jesús es aceptar llevar una vida de hijos de Dios. Eso es amar a Dios y cumplir sus mandamientos: “vean cuánto Dios amó, ha hecho de nosotros hijos de Dios”. 

Para san Juan creer es ya disponerse a amar los demás. Fe y amor van juntos. Vivir de Dios es vivir a la manera de Dios. Por consiguiente, la fe lleva a comprometerse con amor al servicio de los demás. ¿Cuáles son las implicaciones de tu fe en la vida de cada día, en el trato con los demás, en los gestos para con otras personas? 

El evangelio (Jn 20, 19-31) nos muestra a Jesús haciéndose presente en la vida de sus discípulos. Les desea la paz: ¡paz con ustedes, mi paz les doy! y los envía con la fuerza del Espíritu Santo. Estaban los apóstoles reunidos en comunidad, en Jerusalén, ciudad de la paz. Es una ocasión para los discípulos de salir de su temor para ir a anunciar la Buena Noticia desde la fuerza del Espíritu que se les presenta en comunidad. Jesús aparece para asegurar y fortalecer la fe de sus discípulos para que continúe con entusiasmo el anuncio de la Buena Noticia de la Salvación. 

Tomás estaba ausente de la comunidad y perdió la primera ocasión de ver Cristo resucitado, hasta que por segunda vez el Señor vino y él lo vio junto a sus hermanos. ¡Es la gracia de estar en comunidad para vivir juntos la fe, para dar testimonio de ella y para fortalecerse mutuamente en la búsqueda de la paz, en el compromiso con la justicia… 

Hoy, también es el mismo Jesús que sigue enviándonos para la misma misión de constructores de paz, de confortar a los desamparados y para sembrar esperanza… ¡Dios nos conceda la gracia de creer y de vivir la fe en comunidad con apertura al amor de Dios que se nos hace manifiesto en nuestros semejantes y en los acontecimientos de cada día!

P. Bolivar Paluku Lukenzano, aa